
La relación entre Evas y serpientes no siempre es tan idílica.
Les puedo asegurar que esta historia está basada en hechos recientes de mi vida, y lo peor aún, si cabe, reales:
A eso de las dos y media de la madrugada subí, como siempre que subo a esa hora, la escalera en dirección al dormitorio. De hecho, es al único lugar al que conduce, independientemente de la hora en que lo haga. Al ascender no advertí, tal vez porque no sucedió, que los escalones se estremecieran; corroídos por la carcoma o las termitas, seguramente porque son de mármol sobre cemento. La intensidad de las lámparas en ningún momento titubeó interferida por los invisibles efluvios de algún siniestro ente. Y en el lunático horizonte no se atisbaba sombra alguna que vaticinara tormenta. Nada absolutamente hacía presagiar el fatídico desenlace que la noche nos había deparado. Al acceder a la habitación, apenas iluminada por la luz de la escalera, no presentí el más mínimo síntoma de desgracia, pero a medio camino, en el claroscuro del cuarto, entre la almohada y la puerta acristalada que da a la azotea, me recorrió un escalofrío que tensó mi maltrecha cervical haciéndome girar el cuello hacia la cinta que mueve la persiana, ahí estaba, sigilosa y acechante enrollada en la persiana, perfectamente mimetizada con su entorno, yo diría incluso que aterrorizada después de verme pasar a su lado, inmediatamente fue deslizándose poco a poco hacia el suelo mientras yo dudaba atenazado por el asombro. La majestuosa culebra común aterrizaba suavemente en el suelo de la habitación mientras yo continuaba perplejo…
Continuará.