
Me encuentro en el único rincón de mi azotea donde a las tres de la tarde sobrevive una brizna de sombra. Es julio aquí en Sevilla, y no es que en el resto del mundo no lo sea, pero esta semana de julio en concreto, en mi azotea, después del almuerzo, mientras inhalo mi dosis de nicotina en este simulacro de sombra, la temperatura ronda macabramente los cuarenta y dos grados.
Las gotas de sudor rivalizan en su caída salada por todos los cauces de mi cuerpo. El humo del cigarro, en vez de huir hacia el sol, desciende. Todo está inmóvil, las flores parecen suplicarme una última gota fría mientras languidecen. Las barandas hierven. El interior del coche es la estancia en el infierno de Hitler. El aire inflama miradas y aromas. Los gorriones llevan el pico abierto constantemente, y sus plumas ardientes clavadas en la sangre. El humo de los coches y el vapor del asfalto ascienden y se incrustan en las paredes de las habitaciones, el sol las presiona hasta que logran atravesar los muros, y acaban impregnando camas y pulmones. Conecto el aire acondicionado y avanzo hasta octubre, y respiro aliviado en este otoño prematuro y artificial, encarcelado entre cuatro paredes.
Aún así, prefiero el verano al invierno, el otoño a la primavera. Y su sonrisa a cualquier momento del año.
Las gotas de sudor rivalizan en su caída salada por todos los cauces de mi cuerpo. El humo del cigarro, en vez de huir hacia el sol, desciende. Todo está inmóvil, las flores parecen suplicarme una última gota fría mientras languidecen. Las barandas hierven. El interior del coche es la estancia en el infierno de Hitler. El aire inflama miradas y aromas. Los gorriones llevan el pico abierto constantemente, y sus plumas ardientes clavadas en la sangre. El humo de los coches y el vapor del asfalto ascienden y se incrustan en las paredes de las habitaciones, el sol las presiona hasta que logran atravesar los muros, y acaban impregnando camas y pulmones. Conecto el aire acondicionado y avanzo hasta octubre, y respiro aliviado en este otoño prematuro y artificial, encarcelado entre cuatro paredes.
Aún así, prefiero el verano al invierno, el otoño a la primavera. Y su sonrisa a cualquier momento del año.