
...Sin embargo sus historias nunca versaron sobre sexo, política, metafísica, o la erótica del poder. Esa sonrisa de pícaro adolescente escondía simplemente una innata predisposición anímica a revelar, con verdadero arte y mesura, el misterio que la vida había puesto, como un juego, a nuestra misma altura, según él, vigilándonos.
De repente un silencio sepulcral reinó en la asamblea matutina de sabios, que cada alba se reunía alrededor de la candela reglamentaria para empezar la jornada con la energía del fuego almacenada en sus ropas. El maestro cocedor sabía que el porquero esperaba una chispa en forma de pregunta ajena para desencadenar toda su pasión narrativa, así que le dijo como sin querer; bueno hombre, entonces, ¿qué te cuentas? “Po casi ná”, respondió para disimular el desembarco de las primeras palabras de su relato. Sus dos contertulios sonrieron esperando el inminente desarrollo de una nueva y sorprendente crónica. Tan sólo que esta noche -argumentó Gumersindo aligerando un poco su aún latente estupor- de luna llena por cierto, el cabronazo de su perro había matado de un solo mordisco endemoniado a una de sus guarras, y además, en presencia de sus lechones, los sonidos de asfixia de su madre junto al de la carne desgarrada hicieron que la leche que mamaron quedara envenenada de terror para el resto de sus días, y sobre todo, de sus noches. Si ya era difícil mantener a una piara de cerdos en manada, cuando varios de ellos llevan en sangre el miedo como instinto predominante, la tarea sería cuanto menos, ardua, intensa y desesperada…