Poesías, relatos, cine, música... Un remanso en medio de este apocalipsis (grupo EFDLT)

Placer mutuo

Placer mutuo
Moda poética (ediciones limitadas)

viernes, 29 de octubre de 2010

EL MATRIX VERDADERO


¿Cuántos de ustedes han barajado la posibilidad de estar bajo los efectos de la hipnosis. Sobre todo cuando van en el coche, a una hora indecente de la mañana, bostezando, maldiciendo su suerte, camino a un trabajo que los sodomiza?

Pues bien, pueden estar seguros de que, a veces, lo están, lo estamos. Hasta el punto de no reconocerlo jamás.
¿Somos Neos de carne y hueso, en un estado de semiinconsciencia inducido? Si no puede ser una Tríniti, que me conteste, al menos, algún misericordioso Morfeo. Quiero que me devuelvan la vida que nunca he tenido.
                                                                  

viernes, 22 de octubre de 2010

Aún


Confié. Incluso, de alguna manera injustificable,
aún sigo esperando que todo lo que nos condiciona
gire
precipitadamente sin causa ni mérito y nos avive
en una casualidad maravillosa.
Cada vez está más lejos la posibilidad de comenzar;
de ser lo que seríamos idóneamente combinados;
de gritar como locos porque locos seamos por
convencimiento;
de sentirnos dignos herederos de lo soñado; de
admirarnos desnudos a las afueras del tiempo;
de acometernos improvisándonos;
de no tener que pensar esto;
de llegar a alguna parte cierta;
de ser axiomas de dioses nihilistas;
de sorprendernos, al fin, reconociéndonos.

miércoles, 13 de octubre de 2010

La ira, el último vestigio de la esperanza (IV). Isabel


Por su vasta experiencia sabía que los resultados de las dos alternativas eran igual de impredecibles a priori. Decidió optar por una sobredosis de paracetamol. El proceso, debido a que le hacía más efecto si permanecía algún tiempo de pie, se había convertido en todo un ceremonial: situó el ordenador sobre el microondas de la cocina, se lanzó a la boca el adoquín de droga con rabia de dependiente insumiso, de una botella de agua mineral llenada del grifo tomó un trago que no fue suficiente para que la pastilla no le arañara la garganta dejándole un amargor conmemorativo y cruel. Lo único que aún conservaba con cierto celo eran sus escritos que, aunque abandonados desde el Pleistoceno, se encontraban a buen recaudo en varios discos duros. Hizo algunos leves ejercicios de estiramiento con la espalda y el cuello mientras arrancaba el ordenador.



Mientras abría uno de sus relatos inacabados alguien golpeó repetidamente la puerta. No sólo era extraño que lo hicieran a las tres de la madrugada, últimamente nadie lo buscaba ni siquiera de día. No sabía si abrir inmediatamente, esperar a que volviese a llamar, asomarse por la ventana y ver quién era, o quedarse inmóvil esperando a que se fuese. Finalmente abrió la puerta después de preguntar: ¿quién es? Alguien contestó: —Soy yo, Víctor, ábreme por favor—.Una respuesta no muy lúcida que sólo le ayudo a saber la condición sexual del llamador, pero que fuera una mujer le insufló el valor que le faltaba para abrir.


—¿Isabel? Pero… ¿Qué haces aquí a estas horas? ¡Ha pasado tanto tiempo…!


—Hola Víctor, ¿cómo estás?, ya veo que no muy bien. Pues… Al enterarme de que te habías separado recordé aquel acuerdo de auxilio mutuo que pactamos para toda la eternidad. Creo que decía algo así como que, pasara lo que pasase, solteros o cohabitando contra alguien, en la opulencia o en la inopia de la manada, en la salud o en la droga, nada podrá impedir que nos perjudiquemos con nuestros consejos, y nuestra ternura enlatada.

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