Bellos versos erróneos
Trazaba el aire
génesis y olvidos velando
la energía de un
nuevo mundo cuando,
precipitándonos
desalmados, monopolizábamos
la noche en un
murmullo de jauría de besos.
Hacedores
improvisando milagros, como si la
vida dependiera de la
armonía que alcanzara nuestra
sangre en el impulso
de invadirse complaciendo.
Antes no importaba:
las sombras,
inadvertidas,
se difuminaban
dotando de magia a la
espera, de expectativas
que las compensara en
este incipiente entorno
de diáfanos asedios hedonistas.
Y más allá era la
nada: el infinito de
los sentidos, la
muerte atea, anfitriona sin
expectativas a quien
poder decepcionar,
esperándonos sin
saña, exhaustos y libres,
como palabras
erróneas en busca de la belleza
eterna de los versos
de cementerio.
Trazaba el aire
génesis y olvidos velando el
caos de un sentir
incierto y sin medida cuando
—temor e
incertidumbre ya nos eran ignotos—,
arriesgábamos el
resto por hacer inalcanzable
la razón de aquel
lapso aspirante a siempre,
a origen y a fin, a cierto
e inverosímil,
siempre lo
conseguimos,
siempre en instantes,
una lástima que, siempre, pueda abarcar tanta
distancia entre sus
hitos, y que estos se expandan
con el universo, a
años luz, desde el vacío de
sus manos
desorbitadas.
