El destierro
que cuando olvido lo que callas,
y sólo atiendo a la fría ambigüedad
de las palabras autocensuradas
que por mí regurgitas acariciadas.
No es fácil la simbiosis entre tus fieles
expectativas y mis egocéntricas soledades.
Lo sabes muy a pesar mío, amarga fruta
te ofrezco a cambio de arte.
Perdóname otra vez y volverás
a padecerlo, y te amaré aun desde el
olvido,
en la fría celda donde violo al silencio
intentaré perpetuarte sombra.
No dudes jamás en zarandear las
invisibles ramas que nunca me
florecieron imaginándote, están ahí,
latentes, aletargadas en la mediocridad
de esos días invisibles.
Siempre han estado; delicados brotes que
sólo atienden al abono de tus grandes ojos
marrones; para nacer alimento, colores,
sonidos y sabores; con el único fin de
de saciar cada impulso de tus sentidos,
y redimir así las feroces ausencias
que mi amor te inflinge.