La mamá gallina aún no había divisado al mastodóntico perro, oculto casualmente detrás de la pared del pozo del cortijo, bebiendo de un charco como si la sangre de la cochina aún se resistiera a claudicar quemándole la garganta. Saciada la sed levantó al aire su hocico, alzó sus orejas como armas antiaéreas hacia el cielo, ladeó su cabeza para ayudar a sus sentidos a confirmar ese aroma de presas plumíferas que embriagaba a sus ancestrales instintos, de repente se giró, rodeó encogido el pozo en dirección contraria al rastro, cuando el ave se dio cuenta de su presencia éste ya estaba a apenas un metro de sus suplantados polluelos, cacareó agónicamente y de un aleteo desesperado cayó entre los perdigones y el can, prácticamente besándole el aliento asesino intentó con su determinación hacer entrar en razón al depredador, con sus delirantes aspavientos más que lograr intimidar lo que pretendía era alertar a todo el mundo de las siniestras intenciones de su acosador, el perro lobo miró a su alrededor, los polluelos aprovecharon el impasse para romper la formación y agruparse bajo la cola de la única madre que por suerte habían conocido. El cazador vio como su dueño y sus desconfiados congéneres lo observaban como si de sus actos dependiesen sus grises vidas, luego giró su mirada y contempló a la mujer del encargado y dueña de las aves saliendo de su casa, y antes que pestañease se echó en los fríos guijarros que conformaban el suelo, se dejo caer sobre su lomo y dio un bostezo desinteresado como si nada hubiese pasado, que además era exactamente lo que sucedió, nada.
Pero Gumersindo entendió rápidamente después de la actuación magistral de su perro que la situación era mucho más grave de lo que pensaban, no sólo confirmó que mantendría para siempre esos instintos asesinos, sino que era capaz de aprender y de improvisar, y esas facultades en un cánido de su corpulencia y mandíbulas eran totalmente incompatibles con la tranquilidad y la armonía que debía reinar entre los habitantes y las bestias de un cortijo. A la mañana siguiente nadie de los que presenciaron la escena del pozo le preguntó a Gumersindo dónde estaba su perro, y mucho menos el por qué. FIN