La historia más triste de la historia (IV)
¿Tiene usted alguna habitación libre? Me preguntó mientras respiraba convulsamente e intentaba recomponer su flequillo con los rizos rebeldes que se desparramaban por su cara como niños ingenuos, ajenos al peligro.
Claro que sí, tengo una habitación individual con vistas al río donde usted podrá descansar apaciblemente, le contesté algo avergonzado por no poder apartar la mirada de su rostro a punto de eclosionar en lágrimas, y sin embargo no había visto nada tan hermoso en mi vida, toda su imagen estaba envuelta en un ambiente tan caótico como místico, tan divino como quebradizo.
Le di las llaves lentamente, intentando retrasar todo lo posible que apartara sus grandes ojos del camino a los míos; no tan grandes ni expresivos, pero totalmente emocionados ante el paisaje agreste y recóndito de su cara.
Cuando subió las escaleras no pude evitar contemplar su figura esbelta, sus curvas de actriz de los sesenta, y ese cabello alborotado que prendía maravillosamente a su libre albedrío y con el que aún luchaba compulsivamente.
Cuando ella desapareció en el primer rellano de la escalera, la inspiración me invadió con tal fuerza y proveniente de tantas dimensiones que casi no atiné a articular mis dedos, todas mis neuronas estaban monopolizadas por las sensaciones y el recuerdo que se merecía una diosa tan misteriosa y elegante como mi inquilina...