Pablo. La expectativa
Aún no había pasado la cuarentena cuando los padres de Pablo Ruiz ya se esforzaban denodadamente por atisbar en él el más sutil de los rasgos que evidenciara que —a poco que la evolución acertase en combinar la genética de sus respectivas cualidades— la selección natural había logrado adaptarse definitivamente a las exigencias de estos tiempos a través de su hijo, dotando de una aplastante relevancia al avance psíquico en detrimento de la fuerza bruta.
El padre se devanaba la intuición intentando adivinar en Pablo todos los rasgos que en él se habían desaprovechado por no haber tenido la posibilidad de potenciarlos adecuadamente.
La madre se conformaba, como si fuese un derecho lógico, con que su vástago se convirtiera en una persona de provecho: responsable, respetado y, por qué no, con sus mismos valores y principios. El culmen sería que compartieran gustos, preferencias, debilidades…
El progenitor lo dormía con el Ave María de Schubert, o el claro de luna. Le recitaba a Lorca, Juan Ramón o Cernuda, intentando extinguir su llanto con míticas metáforas andaluzas…
El padre se devanaba la intuición intentando adivinar en Pablo todos los rasgos que en él se habían desaprovechado por no haber tenido la posibilidad de potenciarlos adecuadamente.
La madre se conformaba, como si fuese un derecho lógico, con que su vástago se convirtiera en una persona de provecho: responsable, respetado y, por qué no, con sus mismos valores y principios. El culmen sería que compartieran gustos, preferencias, debilidades…
El progenitor lo dormía con el Ave María de Schubert, o el claro de luna. Le recitaba a Lorca, Juan Ramón o Cernuda, intentando extinguir su llanto con míticas metáforas andaluzas…