La historia más triste de la historia (XLI). El despertar
Disfrutó con aquel pintor en cuyos lienzos parecían leerse los versos de aquel escritor cuyo poemario quería publicar, y ya imaginaba un posible encuentro entre ambos artistas. Después de dos horas del mejor jazz la noche iba desbordándose ingrávida entre sonrisas y arpegios. Con el paso del arte Carlos se fue desenfadando, le fue imposible mantener ese status teniendo en cuenta la exquisitez de la compañía y del ambiente. Ella no lo recordaba en un estado tan agradable y sincero. Gozaron juntos de todo, todo lo posible, sin que su compañero descalificara ni menospreciase a nada ni a nadie para conseguirlo. Por primera vez la trató con una mirada tierna, limpia, con claves metafísicas, invadido por la esperanza de ser merecedor y no habiente.
Aquella madrugada María habría firmado una eternidad juntos en aquella tesitura. De hecho, terminaron en la misma habitación del hotel, coreando idénticas melodías, compartiendo cama y todo lo inconcebible que habría de ser acompasados.
Un ligero dolor de cabeza y una sed pesada con sabor a “Lupanar club” hicieron que María despertara temprano al mediodía siguiente. Sonrió dulcemente sin terminar de desplegarse por completo: no se arrepentía de nada pero temía a un puñado de posibles consecuencias. Quería despertarlo pero le ponía cada vez más nerviosa el no tener la menor idea de cuál sería su primera reacción después de una noche tan apasionadamente compartida.
Aquella madrugada María habría firmado una eternidad juntos en aquella tesitura. De hecho, terminaron en la misma habitación del hotel, coreando idénticas melodías, compartiendo cama y todo lo inconcebible que habría de ser acompasados.
Un ligero dolor de cabeza y una sed pesada con sabor a “Lupanar club” hicieron que María despertara temprano al mediodía siguiente. Sonrió dulcemente sin terminar de desplegarse por completo: no se arrepentía de nada pero temía a un puñado de posibles consecuencias. Quería despertarlo pero le ponía cada vez más nerviosa el no tener la menor idea de cuál sería su primera reacción después de una noche tan apasionadamente compartida.