De cómo y cuándo supe el porqué (VII). Eva
JUAN.- Siempre tan pragmática. No es lo más importante, pero como excusa era tan perfecta que llegaba a ser indispensable. ¿Me explico?
EVA.- La verdad es que con toda la faena que tengo que hacer todavía —y esto, lamentablemente, no es excusa de nada— no tengo tiempo para descifrar tus paranoias.
JUAN.- En mi proposición lo que más he tenido en cuenta han sido tus preferencias. Yo me iría a la sierra a atrapar culebras, vería por enésima vez la noche del cazador, terminaría “Salvo el crepúsculo”, o él a mí. Todo ello sin tener el mínimo remordimiento de hacerlo en una habitación que no estuviera desinfectada por completo.
EVA.- ¡Hombre! Gracias por ser tan comprensivo y altruista conmigo. Pensarás que la fregona con patas con la que te has casado sólo tiene capacidad para divertirse de escaparate en escaparate.
JUAN.- No he querido decir eso, Eva, siempre malinterpretas o radicalizas mis palabras para ejercer de mártir con derecho a réplica suicida. Lo diré de otra forma, has de reconocer que tienes una predisposición y una sensibilidad innata para la moda, para el interiorismo, que sintonizas sobremanera con lo clásico y lo anglosajón. Que posees inquietudes y cualidades con las que enamorarías desesperadamente a Darcy y a Edmund.
JUAN.- De acuerdo, sigamos con las tareas, no quiero acabar siendo esclavo de unas palabras que ni siquiera he dicho.