Monólogo: "El Ovni"
Buenas noches, ya estoy aquí, y ahora, que es lo más
importante. Sé que habrá sido ardua vuestra espera pero estoy convencido de que
ya les está compensando. Además, os puedo asegurar que este monólogo es lo
suficientemente ingenioso para que no tengan la sensación de haber
perdido el tiempo. Es más, tengan en cuenta que en un futuro no muy lejano podrán
presumir ante sus amistades de haberme disfrutado cuando aún no era un mito. Incluso
de haberme entendido, lo cual sería imposible si tuviese el ingenio que
pretendo aparentar.
Estoy aquí y ahora para contaros una historia real, y no me
refiero a la boda del príncipe, sino a una historia que viví no hace mucho
tiempo y que ustedes, por supuesto, no creerán. Pero sucedió tal y como vais a
oír. Aunque, os recuerdo, antes de que cante el gallo no me creeréis tres
veces. Para los urbanitas, un gallo es el macho de la gallina y tiene por
costumbre cantar hasta desgañitarse al alba, incluso antes de amanecer si es
muy chulo o gallito.
Me encontraba no muy lejos de aquí, en algún lugar cercano a
las cascadas del Huesna, en la sierra norte de Sevilla, con unos amigos no muy
diferentes a ustedes, excepto en lo de amigos. Cuando de pronto, aunque ya
hacía tiempo que esperábamos algo así, descendió ante nosotros: ante nuestros
ojos y el resto de nuestros cuerpos, un ovni, alias platillo volante, pero sin
forma de platillo y sin volantes. Era un ovni a secas que hacía honor a su
nombre, objeto volador nunca imaginado. Era horroroso, la verdad, sin haber salido de este planeta apostaría
todos vuestros ahorros a que no puede haber nada más amorfo y estridente en
toda la galaxia. No sé que nos asustó más, si el desconocimiento de las
intenciones de una forma de vida inteligente y extraterrestre, o la combinación
de rosa fucsia y verde limón fosforescente que lucía la nave en toda su
carrocería. El sonido del ovni no era demasiado extraterrestre, más bien
parecía el mugido de una vaca galáctica, que es como el de una vaca terrestre,
pero totalmente diferente.
Cuando el artefacto psicodélico fosforescente vacuno se
encontraba a unos quince metros por encima de nuestras cabezas y algo más del
resto de nuestro cuerpos, se detuvo, casi nos asfixia un intenso olor a
coliflores proveniente del aire que expulsó la nave para contrarrestar la
fuerza de la gravedad terrestre, tantos años luz de distancia, tanto tiempo la
humanidad esperando este momento, y hasta ahora sólo hemos admirado una nave
amorfa vestida por Ágata Ruiz de la Prada, que muge como una vaca y que huela a
coliflores putrefactas. Pero nuestra curiosidad apenas si decayó…