Loles (V)
Una mañana fría tomando el primer café de la jornada,
mirando absorta entre los árboles de los jardines de Murillo los pináculos en
honor al viento de la universidad —fue entre aquellos centenarios muros donde sus
sueños empezaron a tener claro lo que ahora se encuentra oscureciendo su cielo—,
entró en el bar un compañero de facultad con el que compartió los últimos tres
años de carrera y que, sin embargo, apenas había entablado más de tres o cuatro
conversaciones siempre sobre literatura o gramática pero que, era ese tipo de
persona por la que sientes algo irracionalmente adictivo y que culmina cuando
coinciden las miradas y confirmando la reciprocidad de la sensación de
embargo, una especie de empatía sincronizada rodeaba cada gesto, cada sonrisa
que parecían destinadas a encontrarse sin remedio en una dimensión desconocida,
en uno de tantos mundos alternativos o paralelos donde podríamos desarrollar un
alma ubicua con increíbles experiencias… Se imaginan viviendo cinco relaciones
a la vez —aunque llegara irremediablemente el momento en que tuviésemos que elegir—,
estudiando cinco carreras simultáneamente —no me pregunten por qué fantaseaba
siempre con el número cinco—, provocando situaciones límites, manteniendo decisiones
en principio descartables, probar, intentar, aventurarse y soñar por
quintuplicado. Todo a favor de encontrar la armonía por la que deambula, tan errante
como esquiva ahora, nuestra felicidad.
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