Cuentos eróticos: Lola (I)
No sé por qué decidí aparentar que seguía dormido. Ella regresó
desnuda de alguna extraña misión en la planta baja, se recostó mirándome
fijamente, se incorporó sobre su indómita cintura, acercó la cabeza endemoniada
a mi pecho oliendo entre el enjambre de su cabello mi rastro de presa infartada.
El sol amenazaba con terminar de cuartearnos y, sin embargo, Lola estaba de
nuevo considerando no sé qué inconfesable acción sobre mis restos desintegrados
por un extinto agujero negro, transformado ahora en la cama de la niña de “El exorcista”.
¿Dónde aprendería a lamer así? La verdad es que prefiero no
saberlo. Me gustaría creer que es algo innato o instintivo, algo improvisado expresamente
adaptado a mi cuerpo. De repente, como casi todo lo que sucede cuando Lola interviene,
desenvainó su lengua y me fue imprimiendo eses de un pecho a otro, bordeando las
costillas minuciosamente, orbitando alrededor de mi ombligo. Era como si
supiese un ritual infalible para resucitar pasiones crucificadas.
La sangre fue poco a poco desperezándose, los glóbulos se
alborotaban buscando el lugar exacto de la próxima caricia de su boca, todo lo
que pudiese fluir en mí se agolpó en el primer órgano que se erigió en
disposición a ser una vez más acogido por el milagro de un universo pantanoso y apocalíptico llamado Lola…