Un sonido familiar despertó a la hormiga, era su colonia volviendo al hormiguero. La mayoría maltrechas y debilitadas por el frío, una a una iban cayendo extenuadas a pocos metros de la salvación. Se quedó boquiabierta contemplando el macabro espectáculo. Se preguntaba qué experiencia le había podido causar tantos estragos a su, hasta hoy, invencible ejército. Dedujo entonces que quedar atrapada en una piedra no era lo peor que te podía ocurrir en una noche como la pasada. Quizá hasta tuvo suerte. Tal vez estaba predestinada a sobrevivir para liderar a los supervivientes de su especie. La Mariquita se interpuso en su intención de bajar de la hoja para socorrer a sus hermanas. —Tienes razón Marisiete, por mucho que me afane no lograría hacerme entender. Antes de ayudarlas tendré que pensar la forma de hacerlas razonar, de provocar en ellas la curiosidad de aprender y comunicarse—. La mariquita se quedó mirándola e hizo repetidamente un gesto de negación con la cabeza. —¿No crees que puedan llegar a pensar igual que yo, o piensas que no sería una buena idea que lo lograsen? Ya sé, temes que millones de hormigas asesinas e inteligentes puedan alterar trágicamente todo nuestro maravilloso ecosistema. No sé, puede que tengas razón, de momento no intervendré, dejaré que todo siga su cauce natural, aunque eso sea como reconocer que me estoy convirtiendo en un ser sobrenatural y potencialmente peligroso para el resto de animales—.
Al apartarse de su amiga, cabizbaja, se situó tan cerca del filo de la hoja que ésta se tambaleó haciendo que la siafu saliera despedida cayendo de cabeza sobre un hongo, y después de robotar en éste, definitivamente aterrizó con su espalda sobre la tierra...