Un cortijo andaluz: Francisco el de la huerta (II)
… Una jornada más de trabajo, Francisco llegó a la finca antes de las ocho de la mañana, dando los buenos días y exhibiendo una genética sonrisa, parecida a la de un niño cuando abre el envoltorio de un regalo, nunca supe si era fruto de los nervios, debido a un penitente placer por cumplir con los designios del señor “y ganarás el pan con el sudor de tu frente”, o simplemente le daba gracias cada mañana a la tierra por estar vivo y activo. Aunque yo sabía que él era razonablemente feliz, y probablemente cuales eran las causas, jamás pude hacer mía su dicha, cada fin de jornada fracasaba en el intento de envidiar su armonía con el papel que le adjudicó la vida. Antonio, otro jornalero menos agradecido que Francisco con el destino que desde arriba le habían asignado, llevaba una semana, por un dolor de muelas, maldiciendo a todo lo que se cruzaba en su camino, y fumando bajo cualquier excusa peregrina. Llevaba siempre una camisa de mangas largas con dos bolsillos en el pecho, uno para cada paquete de tabaco, a forma de depósitos de gasolina. Una gorra para proteger sus ideas del sol, y los bolsillos del pantalón llenos de papel higiénico por si lo sorprendiese, en medio del campo, un inesperado retortijón…
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