Cuentos eróticos: Lola (II)
Pero hacer cálculos con ella era un despilfarro supino de
razonamiento. Me agarró por la cadera y me dio la vuelta como una caníbal dispuesta
a terminar de sazonar su almuerzo. Se sentó sobre mis glúteos, con sus pulgares
fue flanqueando mi columna ascendiendo hasta el cuello —yo me preguntaba si el
masaje sería solo para aliviar tensiones después de una encarnizada lucha por
satisfacer y viceversa entre contorsionistas, en un duelo a la luna, o un
reconstituyente para volver, sin dar opción a cualquier otra consideración, a
la hedonista batalla—, cambió de posición, realizando el mismo ejercicio pero
esta vez de manera descendente, apoyó levemente su perineo sobre mis cervicales
y masajeó mi espalda mientras sus pechos iban haciendo el más grato camino que
lleve a lo desconocido, hasta acabar con un agarrón de arpía sobre mis cachas.
No sabría explicar como el dolor de sus uñas pudo provocar al mismo tiempo un
placer tan intenso, sospecho que por la suma de algo inaudito y ese vaivén de
su vagina abarcándome y replegándose, como naciéndome de nuevo desde mi cuello
a un mundo prodigioso. Mi pubis
necesitaba aliviar la tensión y el apetito por algo jugoso me empezaba a
transformar en algo inestable y frenético. Lola apago todos mis desesperados conatos
por participar activamente, al menos de momento, en aquel aquelarre de
paroxismos sujetando con la firmeza de una Diosa cada gesto que ella no hubiese
reclamado…
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