
Quisiera tratarte como lo escribo,
sería lo que mereces sin duda, pero
estando tan cerca de tus formas
pecaminosas, los versos se
convierten en mis manos en
aullidos y maldiciones de animales
impacientes y nocturnos.
Quisiera ser como digo que pienso,
pero para ello tendrías que saber
adaptarte a mis vehemencias y
a mis desidias, y lejos
de ser justo, la verdad,
no creo que pudiese soportar el
fuego sin calor,
y a la mamba sin veneno.
Te echaría de menos de víbora.
La belleza siempre tan ambigua.
La verdad siempre tan austera.
Y lo que soy nunca encuentra
un lugar sereno junto al tuyo.
La maldición de matarnos y
resucitar sin remedio, y sin saber
por qué, nunca aprendemos,
es la única locura sensata
que conocemos para perdurar
en el milagro caótico que
formamos, mientras se expande
el universo buscando nuestra
armónica belleza por el cosmos.