Poesías, relatos, cine, música... Un remanso en medio de este apocalipsis (grupo EFDLT)

Placer mutuo

Placer mutuo
Moda poética (ediciones limitadas)

martes, 28 de diciembre de 2010

Salud y Amor para el 2011 os deseamos desde EFDLT. Vicente Amigo

Como siempre, desde que siempre es el trayecto de este blog, en estas fechas tan especiales, o no, y desde el jardín principal del Apocalipsis, deseamos a todos los huéspedes de El Fin De los Tiempos (ya somos 34 en Facebook en un mes. No sé si es mucho pero, es más de lo que esperaba. De hecho, estoy acondicionando nuevas zonas para seguir acogiendo futuros profetas), y a todos los visitantes que lean esto, un fin de año pletórico y uno nuevo lleno de salud e inspiración.
Os dejo este vídeo de otro andaluz universal, el genial Vicente Amigo, con su tema “Tres notas para decir te quiero”. Cómo echo de menos decirlo así… Bueno, todo se tocará. Disfruten y, hasta siempre, cuando siempre es aquí.



jueves, 9 de diciembre de 2010

Adiós


Hasta el adiós más inquisitivo
alberga un quizás reminiscente y
otro utópico: dejar de sentir, de
recordar, de creer a conveniencia:
ideal evolutivo, como tus manos
cuando me aferran.
Abruptamente, con disonancias
ensordecedoras pero, aun así,
nadie diría, leyendo este adiós
casi epitafio; este diario apócrifo,
que me amas, que os amo:
sin reservas ni medida, sin saber
gestionarlo, como tus manos cuando
me
alejan.

jueves, 18 de noviembre de 2010

La ira, el último vestigio de la esperanza (V). Isabel y yo



—Ahora recuerdo. Fue un pacto que hicimos para validar todas las ocasiones en las que terminábamos en la cama consolándonos mutuamente por no estar, en ese mismo momento, retozando con otro u otra. Es más, creo que se fraguó en aquella fiesta… En concreto, en el dormitorio de aquel pintor que la organizaba. Sí, eso es, después de que vieras a tu ex dejando que aquella rubia inabarcable le hiciera el boca a boca por si acaso se ahogaba, más tarde, en la piscina.

¡Pero pasa mujer! Perdona el desorden pero el zafarrancho de limpieza lo hago los…¿Hoy que día es?, sábado, los domingos, siempre limpio los domingos, desde que tengo uso de razón. Una lástima que después de tanto tiempo hayas aparecido por mi castillo el día más sucio y desordenado de la semana.
—No te preocupes, no trabajo para sanidad, además, yo también limpio justo un día después de las visitas inesperadas. En serio, siempre nos ha unido cierta tendencia a la tragedia y a la flagelación ante los desengaños…
—No me dirás que también acabas de separarte…
—Me temo que sí.
—Definitivamente, la vida para cierto tipo de personas es una macabra espiral de desdichas y de placeres efímeros, como la zanahoria para el burro, un reclamo que alguien utiliza para seguir riéndose de nosotros.
—No he venido para terminar de hundirme de tu mano, más bien todo lo contrario. ¿Si quieres me voy ahora mismo?
—No, por favor, no me malinterpretes. Que me ría de nuestra relación y reconozca que, al menos, mi situación es patética, no significa que no me alegre de verte, que, ahora que estás aquí, no necesite oír tu voz, y que me escuches. Eres luz, no sé de donde brotas ni hacia donde iluminas, pero no quiero que te vayas. Hablemos. Y si me permites elegir, quiero que hablemos de mañana, de hoy cuando amanezca, de haciendo qué, te gustaría que te sorprendiera el sol, y yo, si no es condicionar demasiado tu imaginación.
                                                                                                                                                     
                                                            

viernes, 29 de octubre de 2010

EL MATRIX VERDADERO


¿Cuántos de ustedes han barajado la posibilidad de estar bajo los efectos de la hipnosis. Sobre todo cuando van en el coche, a una hora indecente de la mañana, bostezando, maldiciendo su suerte, camino a un trabajo que los sodomiza?

Pues bien, pueden estar seguros de que, a veces, lo están, lo estamos. Hasta el punto de no reconocerlo jamás.
¿Somos Neos de carne y hueso, en un estado de semiinconsciencia inducido? Si no puede ser una Tríniti, que me conteste, al menos, algún misericordioso Morfeo. Quiero que me devuelvan la vida que nunca he tenido.
                                                                  

viernes, 22 de octubre de 2010

Aún


Confié. Incluso, de alguna manera injustificable,
aún sigo esperando que todo lo que nos condiciona
gire
precipitadamente sin causa ni mérito y nos avive
en una casualidad maravillosa.
Cada vez está más lejos la posibilidad de comenzar;
de ser lo que seríamos idóneamente combinados;
de gritar como locos porque locos seamos por
convencimiento;
de sentirnos dignos herederos de lo soñado; de
admirarnos desnudos a las afueras del tiempo;
de acometernos improvisándonos;
de no tener que pensar esto;
de llegar a alguna parte cierta;
de ser axiomas de dioses nihilistas;
de sorprendernos, al fin, reconociéndonos.

miércoles, 13 de octubre de 2010

La ira, el último vestigio de la esperanza (IV). Isabel


Por su vasta experiencia sabía que los resultados de las dos alternativas eran igual de impredecibles a priori. Decidió optar por una sobredosis de paracetamol. El proceso, debido a que le hacía más efecto si permanecía algún tiempo de pie, se había convertido en todo un ceremonial: situó el ordenador sobre el microondas de la cocina, se lanzó a la boca el adoquín de droga con rabia de dependiente insumiso, de una botella de agua mineral llenada del grifo tomó un trago que no fue suficiente para que la pastilla no le arañara la garganta dejándole un amargor conmemorativo y cruel. Lo único que aún conservaba con cierto celo eran sus escritos que, aunque abandonados desde el Pleistoceno, se encontraban a buen recaudo en varios discos duros. Hizo algunos leves ejercicios de estiramiento con la espalda y el cuello mientras arrancaba el ordenador.



Mientras abría uno de sus relatos inacabados alguien golpeó repetidamente la puerta. No sólo era extraño que lo hicieran a las tres de la madrugada, últimamente nadie lo buscaba ni siquiera de día. No sabía si abrir inmediatamente, esperar a que volviese a llamar, asomarse por la ventana y ver quién era, o quedarse inmóvil esperando a que se fuese. Finalmente abrió la puerta después de preguntar: ¿quién es? Alguien contestó: —Soy yo, Víctor, ábreme por favor—.Una respuesta no muy lúcida que sólo le ayudo a saber la condición sexual del llamador, pero que fuera una mujer le insufló el valor que le faltaba para abrir.


—¿Isabel? Pero… ¿Qué haces aquí a estas horas? ¡Ha pasado tanto tiempo…!


—Hola Víctor, ¿cómo estás?, ya veo que no muy bien. Pues… Al enterarme de que te habías separado recordé aquel acuerdo de auxilio mutuo que pactamos para toda la eternidad. Creo que decía algo así como que, pasara lo que pasase, solteros o cohabitando contra alguien, en la opulencia o en la inopia de la manada, en la salud o en la droga, nada podrá impedir que nos perjudiquemos con nuestros consejos, y nuestra ternura enlatada.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La historia más triste de la historia (XLV). La discusión


Un silencio sepulcral se hizo fuerte en la habitación. Él se debatía entre la indignación y la pena, ella desde el desahogo hasta la otra cara de esa misma pena.

—Si realmente te molesta todo eso de mí, ¿por qué has esperado precisamente a este momento para reprochármelo?
—Porque creo que no sería justo que empezáramos algo que rematara estallándonos antes de parecerse lo más mínimo a lo que esperamos. Nadie es perfecto, yo soy el mejor ejemplo de ello pero, aún así, hay atolladeros tan recurrentes que nunca dejan decantarse del todo la balanza hacia el lado en que todo acaba compensándonos manifiestamente.
—En definitiva, me estás diciendo que mi egocentrismo terminará, tarde o temprano, por dinamitar cualquier intento que hagamos por perdurar en lo que nos une.
—También pienso que en verdad no eres así. Que en tu afán por ser una persona ilustrada y reconocida, te has contagiado, como casi todos, con la deshumanización de la petulancia y el despotismo.
—Bien, recapitulemos, entonces sabes como estoy siendo y como soy en realidad. Me encantaría descubrirme en tus palabras, por favor, muéstrame a mí mismo, cuéntame.
Y si además puedes vaticinar como seré en un futuro te estaré eternamente agradecido. Sólo tendré que seguir el guión que me marques. El libre albedrío para el resto de la patética humanidad.
—En el colmo de mi clarividencia también sabía que ibas a reaccionar así. Y que lo nuestro tomaría un rumbo insospechado.
—¿Insospechado dices? Seguro que posees la hipótesis correcta. Todo esto está tomando un cariz sádico. Como un macabro juego premeditado. ¿Llegaste a ver Saw?

                                                

miércoles, 22 de septiembre de 2010

De...


De levitar sobre la noche como
un colibrí extasiado de néctares,
terminé reptando por días desérticos
—después de resecarnos otorgando
relevancia a todo lo asignado—,
blanco idóneo para tormentas de
espectrales imágenes sublevadas.
de soñar con la realidad que era,
pleno por la inercia de su influjo,
caí abatido por la inoperancia de
un tiempo inimaginable que se cernía
sobre el brote de cada expectativa.


Gravitar absorto en la órbita de su
silencio no fue una maldición
predecible, ni se la deseo a nadie,
no por humanidad, más bien por
viles celos: la posibilidad de perder
lo muerto cuando es lo único que
queda vivo en una memoria ruinosa…


¡Se me oxidaron tantos te quiero!
Una responsabilidad abrumadora para un
misántropo que, aun reconociendo que
su ausencia fue un demérito injustificable,
se consuela imaginando que lo entiendes,
que sabes que lo siento, intensamente,
en sus dos acepciones, hasta siempre.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Sería tan fácil


Sería tan fácil que ahora
estuviese aquí, como si la noche
no pudiera hacer nada mejor para
perdurar íntima a la luz.
Que ante la soledad todo lo
idóneo se movilizara para
remediarla; y se invocara a
la armonía que existe cuando
me hablas en la estela de un beso,
para que no cesara jamás de encontrarse.
Sería tan viable que en este exacto
momento fuésemos exactamente
lo que deseamos, y si fuese ser ambos,
que eso fuera una obligación ineludible.
Pero mi sombra me abandonó a solas;
pero el alba no me reveló aún en tu aroma;
pero…, siempre habita un pero
coagulando nuestro fluir de sangre virgen.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Seré tarde


Maldita proporción esta que
equipara, sin invertirse jamás, en mí,
el grado en que te adolezco con la
luctuosa revelación de que transito
—como amaurobius— por el
viacrucis de sus secuelas.
Comienzo entonces desabrigado la
huida:
horado el tiempo en busca de no
tener que compadecerme, ni de
imaginar la belleza que dilapidé
mientras tejías a mi margen.
Por el aire donde pretendas prenderme
siempre me hará volar, de regreso, el
arrepentimiento.
Demasiado abatido para cautivar,
apenas, de presa.
Lamentablemente, sólo sé ser el que
debería haber sido mucho antes.


                                                                 

lunes, 16 de agosto de 2010

La historia más triste de la historia (XLIV). El reproche


—Hay algo que…
—Perdona, ¿cómo dices?
—No... Que podíamos encargar un almuerzo ligero: ensalada, zumos, frutas, para compensar los excesos de la noche anterior —Titubeó María como si la mayoría de sus neuronas estuviesen enfrascadas en un razonamiento más elevado e importante—.
—Me parece genial pero, por el tono diría que esa primera frase reprimida tuya tenía visos de convertirse en nuestro primer reproche.


María, tras unos segundos de clarividente silencio, decidió que no podía avanzar en falso una vez más, como si se tratase de una relación basada exclusivamente en expectativas. Sería sincera desde la primera oportunidad, o sea, ahora.


—No es un reproche, tan sólo quiero que sepas que considero de muy mal gusto que te justifiques constantemente desacreditando a otras personas, cuando menoscabas a discreción no puedo atisbar en ti el mínimo asomo de humanidad.
—¿Algo más? —dijo Carlos con un tono retenido pero que reclamaba con urgencia su derecho a réplica—
—Pues sí. Además, el abuso que siempre haces al utilizar sin medida citas históricas o bibliográficas con las que argumentar tus juicios u opiniones, te aseguro que puede llegar a exasperar a los mejores contertulios. Si al menos obviaras su procedencia no daría la impresión que lo haces, fundamentalmente, para jactarte en la diferencia de ilustración.


La segunda argumentación de María fue cambiando la expresión de su compañero, que pasó de estimulado y firme, a sorprendido e irresoluto...

                                                                

viernes, 6 de agosto de 2010

El cuánto y el porqué


Abandonemos la realidad en la que
nos contiene esta pesadilla.
¿Qué deberíamos hacer, deshacer,
dejar de hacer, pensar u olvidar para
mantenernos, a pesar de pretender darnos
sentido, sintiéndonos así —como éramos—:
sin desvanecer
un ápice dentro de la lógica aplastante
de un despertador, o un ansiolítico.
La noche, la que nos inmunizaba ante
las horas negras donde seríamos hoy,
reverbera ahora sombras sin tiempo,
y se enreda en los pulmones hasta
hacernos respirar tristezas que se dan la espalda.
¿Para qué retroceder pudiendo ser más y
mejores ahora? Dime, ¿por qué nos descubrimos
como seremos sin el otro?: seres clonados
con aires de filósofos paranoides abocados a
engrosar una facción profética con ánimo de lucro.
¿Cuál es el límite donde las palabras y
el silencio comienzan la metástasis de sus
más oscuras acepciones?
Quizá esta cismática duda active algún mecanismo
evolutivo porque, de no ser así:
¡¿qué demonios hacen el cuánto y el por qué
ensombreciendo toda confesión, cada promesa,
aún vigentes, vitales!?
La lógica que nos rige,
ajena a nuestra insignificancia y fugacidad,
ratificada por esta tarda revelación,
nos utiliza como paradigma de creación
paradójica, aspirante a patética,
ante el resto del universo.
y tú, ajena a ser debacle, quizá
aún puedas salvarnos:
sonríe,
como cuando nada tenía antecedentes.
¡Aleluya hermanos, alelulla!

viernes, 23 de julio de 2010

La historia más triste de la historia (XLIII). La nueva relación


Carlos entreabrió los ojos, parpadeó imitando la adaptación de sus pupilas a la luz, se miraron unos segundos atentamente. Sonrieron tiernamente. Ambos se resistían a inaugurar esta incipiente historia. Hay tantos tipos de relaciones sentimentales como grados de compromiso. La suya, inopinada en extremo, contenía una ingente cantidad de posibilidades. Lo único seguro era que los dos estarían dispuestos a empezar lo más cercano a la postura del otro, lo que evidenciaba la predisposición de ambos por comenzar de la mano.

—Buenos días, mi lozana andaluza —le dijo mientras extendía el brazo y desplegaba su mano recorriendo la mitad de la distancia que los separaba e invitándola a hacer lo mismo.
—Buenas tardes, bello durmiente. —contestó, y aceptando el llamamiento de su sangre amerizó en su mano acariciándole antes el entregado dorso de su antebrazo—.
—Prométeme que no te difuminarás en el lapso de un bostezo.
—Por ahora no es mi intención.
—¿Por ahora?
—Por ahora alberga para siempre.
—Pero no viceversa.
—Hace mucho tiempo que no utilizo siempre. Además, no me apetece profundizar más en el tema. Me gustaría comer algo en la terraza, contigo, claro, y no pensar en el más allá que es el futuro, ni en el peso atómico de cada palabra.
—Perdóname si te he agobiado, es una deformación heredada de mi trato con tantos necios arrogantes que cree ser los albaceas del saber.

miércoles, 14 de julio de 2010

La ira, el último vestigio de la esperanza (III). Dormir


como si toda experiencia maravillosa que se pudriera por la raíz sin terminar de desarrollarse plenamente fuese sobreseída para el resto de uno, cuando el resto es un inmenso agujero negro desde la perspectiva de una nave abandonada a su influjo de acantilado. Llega incluso a considerar como opciones igual de interesantes, ante la inminente victoria del sueño, tanto la posibilidad de despertar con una voluntad renovada e inquebrantable, como la de no hacerlo nunca más. A las tres de la madrugada despierta con un agudo dolor de cervicales, se incorpora intentando mitigar el malestar masajeándose la nuca, se levanta bastante aturdido tratando de llegar al dormitorio y tropezando con todos los muebles posibles en el camino. En cuanto presiente la cama se desploma sobre ella, enciende la luz, activa la alarma del despertador, la del teléfono móvil y la del reloj de pulsera —lo último que desea es encontrar la razón de por qué cada noche se tortura con esa forma de servidumbre tan mesurable, así que casi no lo hace—. El dolor de cabeza no lo deja conciliar el sueño, cambia de posición iracundo pensando en cómo afrontaría esa situación una persona que en sus mismas circunstancias aún fuera optimista. De hecho, conocía a más de una que estando en condiciones mucho más lamentables que las suyas, daban gracias cada mañana por el simple hecho de amanecer con posibilidades, como si la vida fuese un regalo y no una imposición. ¿Qué íncubo gen estaba sodomizando a su instinto de supervivencia? ¿O quizá todo se debía a inconfesables traumas de la infancia, a los cuales no tenía el placer de recordar? Demasiadas incógnitas para una capacidad de raciocinio tan mermada. Llegó a una conclusión simple y no por ello fútil: tenía dos opciones: podía esperar a que, en una de las posiciones que tomara, el dolor de cabeza remitiese, o bien tendría que levantarse para tomar un analgésico.

viernes, 2 de julio de 2010

La historia más triste de la historia (XLII). La nueva relación


Quería despertarlo pero, no tener la menor idea de cuál sería su reacción después de una noche tan apasionada como compartida, era algo que la perturbaba más a medida que sus neuronas interaccionaban. Por un momento le rondó la idea de vestirse en el aire y volver a casa sola pero, le costaría tres vidas encontrar una explicación coherente para tal acto todavía incalificable. Se levantó con sumo cuidado, como si huyera por una nube que se deshace al alba. Entró en el cuarto de baño, se refrescó la cara profusamente invitando a sus ideas a fluir por la corriente, fue inútil. Decidió ducharse abandonándose a la imposibilidad de prever su destino, por muy inmediato y concreto que éste fuese. El sonido del agua cayendo sobre el silencio de María despertó a Carlos. Sin voluntad alguna, como si fuese una función vital involuntaria, lo primero que recordó en su estrenada consciencia era el cuerpo desnudo de María haciendo un ángulo perfecto aferrado al suyo. Contoneándose frenéticamente conteniéndolo como una diosa en pleno alarde de poder y veleidad. Él también se encontraba atenazado. Su nueva relación era como la llama de un papel: tan breve como intensa, tan reciente como lejana después de la frontera de lo improbable. Definitivamente optó por la acción menos traumática: seguiría en la cama hasta que ella volviera. Avalado por la imprecisión del despertar la abrazaría levemente y le daría los buenos días acariciando con sus labios su frente húmeda. El sonido del agua desalojándola cesó. Él la esperaba de espaldas a la puerta del baño para evitar el reto que supone un intercambio de miradas. Diez minutos después salió vestida, despacio, con el cabello aún goteando, se sentó en su lado de la cama mirando fijamente a nada, resignada a dejarse llevar por sus instintos. Se recostó, ladeo su cabeza hacia su compañero como entregándose a la incertidumbre de aquel expectante presente.

jueves, 24 de junio de 2010

Te quiero

Lo hago —¿No sé si podríamos asumir cuánto?—,
aunque tratar de transcribirlo sería
aún más frustrante que confesártelo.
Tanto, que mucho me temo que,
pretender revelar el por qué
conllevaría reconocer la infinitud
existente entre la voluntad de ser
amado, y serlo.
Así que sólo aspiro a promover
tu fe en los milagros para que, apelando
a cierta predisposición de lo divino al sacrificio,
puedas presagiarlo padeciéndome.

viernes, 18 de junio de 2010

La ira, el último vestigio de la esperanza (II)

 
Decide echar los cacahuetes, almendras y avellanas dentro del botellín de cerveza, a modo de cubitos de hielo que, de nuevo, se olvidó de preparar. Su decadencia está a punto de ceder el sitio a la desesperación cuando, por una falta de previsión imperdonable, los frutos secos obstruyen en el cuello de la botella la impetuosa salida de la cerveza hacia su alquitranada boca, y la miseria que logra esquivar el dique lo hace, si cabe, aún más caliente y con sabor a rancio. Con una decisión de apariencia irreprimible hizo el ademán de tirar el botellín de cerveza contra la parte de la casa donde pudiese ocasionar más daño —un comportamiento muy común que intenta, hundiéndose voluntariamente aún más en la mierda, despertar la compasión de los ajenos y el arrepentimiento de los seres queridos, por la influencia con la que hayan podido contribuir a su infortunio. Al final tuvo los segundos suficientes para darse cuenta de que estaba sólo, y que la auto compasión constante ya era suficientemente denigrante para infundir la compasión de algún ser superior, sin tener que recoger, encima, todo el destrozo que provocaría estrellando su pena en la fragilidad de su entorno.
Recostado en el sofá, haciendo todo lo posible para no pensar en nada que le concierna y además le importe, logra detener su atención en un documental sobre células madre. Se pregunta qué sentido tiene querer alargar una vida de la que desperdicia la mayoría del tiempo. Y si mañana, por agradables circunstancias, no pensara así, por qué esa posibilidad de la que ha disfrutado varias veces, y padecido después, no le influye ahora ni un ápice.

miércoles, 9 de junio de 2010

La ira, el último vestigio de la esperanza



Una vez más, después de abrir la puerta de su casa —como cada tarde al regresar del trabajo—, Víctor no baraja la posibilidad de renunciar a cruzar el umbral. Supongo que, si algún día su subconsciente tuviese a bien aconsejarle, con esa forma subliminal ascendiente a cobarde que acostumbra, una medida drástica para combatir su lineal existencia, no sería justo pasada la peor parte de la jornada —aunque fuese precisamente en esa fase del día cuando más justificado sería deparar en tal oportunidad— : cuando el guerrero del asfalto termina su batalla contra el resto de su propio ejército y se dispone a consumir su dosis de entretenimiento y a desahogarse con una sarta de improperios hacia toda clase de seres y objetos, todo ello para justificar su mala suerte. Asqueado de todo y de todos —incluido él mismo y el que presumía que iría siendo—, lanza las llaves sobre una especie de gran plato romano —estilo elegido por su ex mujer para decorar todo el salón, uno de los aseos, donde finalmente se detuvo gracias a la falta de presupuesto. Esa fue la única vez que Víctor se alegró de su insolvencia—, por el que apenas rozan, aterrizando sobre la sufrida mesa central, haciéndole una nueva mueca con la que se va tallando la imagen perfecta de su frustración. Sin apetito y sin sed abre el frigorífico, se queda mirando fijamente a lo que diez mil años antes serían sus presas. Lo peor que puedes hacer cuando no sabes por qué has abierto un congelador es, preguntártelo. Así que cierra la puerta con un gesto de desgana. Mientras se dirige al sofá recuerda que sin ingerir nada casi no vale la pena seguir matándose fumando, así que da media vuelta y coge unos frutos secos congelados de la nevera y una cerveza tibia de un solitario anaquel de la alacena...

miércoles, 2 de junio de 2010

La fe


Ya sé que esta vida es, para quienes
ser, siempre es una expectativa incierta,
una evocadora espera de sombras añejas.
Sin embargo, cuando le cantas y sonríe,
lo meces sonriendo, me busca y sonreímos,
y al gesto y al sonido de una mueca
improvisada,
sonreís.
Todo queda supeditado al compás de la
efervescente ingravidez de la que dota al mundo,
y nos suspende.
Es una prorrogación, una segunda oportunidad
para creerme, para la
fe.

jueves, 20 de mayo de 2010

La historia más triste de la historia (XLI). El despertar



Disfrutó con aquel pintor en cuyos lienzos parecían leerse los versos de aquel escritor cuyo poemario quería publicar, y ya imaginaba un posible encuentro entre ambos artistas. Después de dos horas del mejor jazz la noche iba desbordándose ingrávida entre sonrisas y arpegios. Con el paso del arte Carlos se fue desenfadando, le fue imposible mantener ese status teniendo en cuenta la exquisitez de la compañía y del ambiente. Ella no lo recordaba en un estado tan agradable y sincero. Gozaron juntos de todo, todo lo posible, sin que su compañero descalificara ni menospreciase a nada ni a nadie para conseguirlo. Por primera vez la trató con una mirada tierna, limpia, con claves metafísicas, invadido por la esperanza de ser merecedor y no habiente.
Aquella madrugada María habría firmado una eternidad juntos en aquella tesitura. De hecho, terminaron en la misma habitación del hotel, coreando idénticas melodías, compartiendo cama y todo lo inconcebible que habría de ser acompasados.
Un ligero dolor de cabeza y una sed pesada con sabor a “Lupanar club” hicieron que María despertara temprano al mediodía siguiente. Sonrió dulcemente sin terminar de desplegarse por completo: no se arrepentía de nada pero temía a un puñado de posibles consecuencias. Quería despertarlo pero le ponía cada vez más nerviosa el no tener la menor idea de cuál sería su primera reacción después de una noche tan apasionadamente compartida.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La historia más triste de la historia (XL). Una noche inolvidable



—Déjalo Carlos, nuestro concepto de condición está tan distante como nuestra propia naturaleza.
—No te dejes engañar por lo que crees ahora. Sólo conoces de mí el rompeolas. El concierto es para el primer fin de semana del mes que viene. Sé que le harás el hueco que se merece.
—Se que sí, Carlos. ¡Ah oye! Muchas gracias por el detalle.
—Sabes con creces que para mí es un placer. Hasta luego María.

Se preocupó María al denotar algo de tristeza en la despedida de su colega. Quizá fue demasiado injusta al juzgarle de una forma tan inquisitiva pero, pronto se justificó pensando que no sería la primera vez que Carlos usaba tamañas estrategias para despertar la compasión y la debilidad de sus futuras víctimas.
El día en concreto él la recogió a las nueve de la mañana, el concierto era a las diez de la noche pero querían aprovechar para ir de museos y ver cierta exposición de un pintor que destacaba por la melancolía coagulante de sus ambientes.
Carlos se limitó a actuar todo el día de acompañante, a contestar con diligencia de funcionario a todas sus preguntas y comentarios. Ella era consciente de que la relación no pasaba por su mejor período, y de que era una lástima que coincidiera en estos momentos donde compartían pasiones y debilidades pero, el hecho de que tal situación de tensión no le afectara demasiado, y pudiera disfrutar plena de todo lo que estaban contemplando era una señal inequívoca de la intensidad del vínculo que deseaba mantener con Carlos.
A pesar de todo, el día para María alcanzó el rango de fantástico...

martes, 4 de mayo de 2010

La historia más triste de la historia (XXXIX). La condición



Aunque María sentía cierta atracción por Carlos —el saber alberga tanta erótica como el poder pero con unos matices insospechados que podían otorgar incluso el don de improvisar y sorprender en una espiral embriagadora—, no podía imaginarse a diario, bajo un mismo techo, manteniendo siempre la tensión que suponía dialogar con su compañero de trabajo. El futuro al que aspiraba no era precisamente algo parecido a una frenética competición de facultades.

—Entonces, doy por hecho que tendré el honor de que me acompañes.
—En principio sí. Aunque espero que no sea este fin de semana.
—¿No vendrías si así fuese?
—No he dicho eso, pero tendría que barajar varias posibilidades y decidir…
—¿Con quién tienes que hacer?
—Habrás querido decir: ¿qué tienes que hacer? Supongo.
—Qué, es una cuestión baladí, lo que menos me preocupa.
—Pero sabes de sobra que, te interese o no, es la única pregunta a la que puedes aspirar sin que te invite a olvidarme un rato.
—Pero tú también sabes que yo siempre lo intento, que sólo contemplo la rendición que supone la prudencia cuando el fin no se justifica. Pero tratándose de ti…
—Tratándose de mí deberías procurar ser menos tú.
—si no fuese menos yo, ahora estaría besándote.
—Más bien, intentándolo. La clave que me buscas nunca estará en la capacidad sino en la condición. En la forma en que gestiones lo que seas en cada instante que nos vincule.
—En mi condición está la prioridad de servirte eternamente.

viernes, 30 de abril de 2010

Manipulación


Manipulemos.
Seamos agua de Iguazú
rompiéndonos.
Que labios polinicen y erijan a su paso
sol de arena en tactos.
Suspendámonos en la cima del abismo
como dioses desahogando soledades;
exuberantemente desérticos;
colonicémonos frívolos
impregnados de misticismo.
Asimilémonos en jugo, en vaho,
en palabras raídas y en células
mutando hacia hospicios.
Recojámonos aniquilados en uno.
Hallémonos sin ser conscientes jamás
de por qué podría no ser así.
Manipulémonos hasta ser algo
dichoso e inédito.

viernes, 23 de abril de 2010

La historia más triste de la historia (XXXVIII). Pat M.



Carlos solía decir que, con la suficiente cultura, alguien podía llevar siempre la razón, ya que sólo uno mismo estaría en disposición de rebatirse. Pensaba que el dinero te otorgaba cierta posición pero, una admiración ecuménica, únicamente estaba reservada para eruditos y genios nacidos bajo el auspicio de algún versado y virtuoso Dios.
—Bueno, digamos que promete. Incluso si me dejaran salvar un ingente número de versos lo indultaría de la quema. Ya sé, te has empeñado en ser un personaje de Goethe haciendo que te defina sobremanera esa tendencia al suicidio emocional y vas a tomar, de un momento a otro, la histórica decisión de publicarlo. No he de recordarte que como negocio será el paradigma de su antítesis. Aunque después de tu acierto con la última novela del ignaro imberbe con el que la editorial se ha lucrado sin remordimiento alguno, seguro que tienes crédito suficiente para hacer de kamikaze romántica y estrellarte gozosa, de nuevo, contra esa indiferencia que ya tuteas.

—Siempre intento hacer bien mi trabajo, tanto el que le debo a esta empresa, como el que le proceso al deseo inaudito que aún conservan las palabras por estar juntas de cierta manera.
—Te han quedado como tú: preciosas. Si algún día decides escribir un libro de frases para sobrevivir con arte a un admirador encantadoramente irónico, no olvides que yo apostaría por él con la fijación de un salmón en desove.
—Lo tendré en cuenta, ardoroso pececillo filántropo.
—¡Ah, por cierto! —le dice Carlos volviendo a entreabrir la puerta e intentando demostrar que realmente se le olvidaba— tengo dos entradas para un pequeño concierto que Pat dará el mes que viene en la capital.
—¿Pat, mi Patme?
—Aquí dice exactamente: “espectacular y emotivo concierto del magistral Pat Metheny group”.
—Eres un especulador maravilloso. ¿Qué haría yo sin ti? Además de estar en paz y sosiego, me refiero.

lunes, 5 de abril de 2010

De cómo y cuándo supe el porqué (III). La madre (cont.)



MAMÁ.- Hijo, de donde vengo me he dado cuenta de todo a lo que he renunciado por ello, por mi familia, por ti. Reconozco que estando viva disfrutaba siendo vuestra esclava porque nunca supe imaginar todo lo que sacrificaba, jamás me planteé un solo día lo que podía hacer por mí.

JUAN.- Y ahora me hablas en verso, definitivamente no eres mi madre.

MAMÁ.- Sí, lo soy, por eso vengo a ayudarte, ahora tengo tiempo para mirar por ti y disfrutar de mi interior.

JUAN.- ¿No será usted la madre de Freud? Mire que en el cielo debe haber muchas almas y será fácil equivocarse colocándolas a cada una en su cuerpo. Si hay funcionarios, seguro que su expediente se habrá traspapelado.

MAMÁ.- Tiene mérito que tengas ese sentido del humor tan agudo teniendo en cuenta la condición de zozobra en la que se encuentra tu alma. Además, en casa no disfrutabas de un ambiente demasiado enriquecedor, culturalmente me refiero. Tu padre y yo éramos prácticamente analfabetos. Pero no te esfuerces, soy tu madre, estoy aquí porque me has llamado.

JUAN.- Pues tú dirás: ¿cuándo, cómo y por qué te he llamado? Y si de camino me aclaras que es un alma en zozobra, incluso me conformaría con saber que es el alma en cualquiera de sus posibles estados, daría por satisfactoria esta alucinación.

MAMÁ.- Cada vez que te preguntas, más bien te arrepientes, de ser como eres, y de tener la vida que crees padecer, tu alma se estremece a mi alrededor en busca de respuestas.

JUAN.- Bien, supongamos que es verdad, que mi alma —entidad a la cual no tengo el gusto de conocer—, independiente y osada ella, te suplica por su cuenta y riesgo que le ayudes a resolver las claves de mi vida, ¿has venido entonces a contestarle, o ha de darse por satisfecha con que la versión fantasmal y filosófica de mi madre me ayude a vestir la cama?

viernes, 26 de marzo de 2010

De cómo y cuándo supe el porqué (II). La madre



De pronto se abre la puerta de la habitación, es la mujer de Juan: Eva.

EVA.- ¡Vamos, que es muy tarde y la casa parece una cuadra! Dice mientras abre el ropero, coge una falda y una camisa, y se vuelve a marchar.

Juan se incorpora de la cama con una parsimonia casi regresiva y, como en una estampida de búfalos cafres, parte de él escapa despavorido, en todos los estados posibles de la materia, a pie de váter.

JUAN.- (pensando en voz alta mientras orina) Ahí está, la culpable de esta lamentable situación milenaria, descendiente directa de la antojadiza Eva, hasta ha heredado su nombre. Incluso se permite el lujo de bromear recordando que la maldición continua: “la casa parece una cuadra”. Lejos de pesarle parece que lo asume con normalidad y diligencia. ¿Cómo podrá olvidar que odia, igual que yo, cada una de estas penitencias domésticas? ¿De dónde sacará ese ardor de guerrero mono neuronal que le ayuda a sobrellevar con dignidad esta condena? Se supone que he de seguir con resignación el luctuoso rastro que ha dejado. Iré haciendo la cama, quien empieza puede elegir tortura.

Mientras está haciendo la cama entra en la habitación su madre, que murió hace un par de años, en clara disposición a ayudarle a vestir la cama, ante la lógica perplejidad de Juan.

JUAN.- ¡Mamá! ¿Pero que haces aquí? Yo te vi, estabas muerta, te enterramos, no deberías estar en mi cuarto. Conmigo. Ahora.

MAMÁ.- Pregúntaselo a tu conciencia, ella me ha requerido suplicándome desesperada unas migajas de cordura.

JUAN.- ¿Seguro que eres mi madre? Ella jamás trataría irónicamente el hecho de materializarse en un ser de ultratumba. De hecho, no recuerdo que utilizara nunca la ironía. Es más, cuando me ayudaba, siempre era pura e incondicionalmente, sin motivos metafísicos.

lunes, 8 de marzo de 2010

La increíble hormiga pensante (VIII). Fin



La mariquita se apresuró a descender de la hoja para auxiliarla —quizá había encontrado en este tipo de misiones altruistas la verdadera razón con la que contribuir a una relación entre insectos más armónica, demostrando a su vez que no tenían por qué regirse, debido a una especie de designio supremo, por la voluntad de sus salvajes y retrógrados instintos— con el infortunio de resbalar al emprender su bajada por el tallo, y precipitarse violentamente al suelo antes de que tuviese tiempo de desplegar sus alas. Las dos se quedaron mirándose con sus patas hacia el cielo, derrotadas por su destino, como si reflexionar no fuese realmente determinante para la supervivencia en sus circunstancias. Entendieron al unísono y en silencio que, seguramente, el hecho más determinante para demostrar hasta que punto eran los animales más inteligentes de la tierra, sería no tener que justificárselo a nadie, y muchos menos intentar que lo entiendan o lo compartan. Así que se sentaron una apoyada en la otra. Pensando cuál sería el lugar idóneo donde disfrutar juntas del resto de sus eruditas vidas, puede que algo solas, pero nunca mal acompañadas, ni tediosas.

jueves, 4 de marzo de 2010

De cómo y cuándo supe el porqué

Primer acto

Juan se incorpora en la cama sudando, bostezando y desperezándose, mira el reloj de pared y el calendario para comprobar que son las once de la mañana de un sábado cualquiera. Sentado en la cama, orinándose con saña, muy a su pesar, comienza a pensar.

Juan.- (sentado en la cama) Si una multitud cualquiera me estuviese observando, seguro que más de uno ya me habría juzgado por ser casi mediodía y estar aún en la cama. Qué envidia dirían algunos y, que pérdida de tiempo, otros. Incluso habría quienes verían en mí una persona incapaz de cometer ningún pecado capital más porque la pereza me lo impediría. Y no es que me importe lo que piense nadie, aunque si me importase no lo reconocería jamás ante tanto extraño: potenciales perturbados en busca de carroña. Pero me parece de un mal gusto mayúsculo que apenas abrir los ojos ya haya personas dispuestas a juzgarme, sin conocerme ni tan siquiera de haber cruzado unos buenos días.
Bueno, no empecemos tan neurótico. Quiero disfrutar de este momento, es mi primer día de descanso, el primero de un total de dos. ¡Vaya, dos días! Amaneces eufórico y te acuestas arropado por una inexorable cuenta atrás repitiendo: mañana es el último día, he de aprovecharlo como sea, como sea —que angustia joder—.
Sabiendo como sabemos que el trabajo fue un castigo divino, y seguimos venerándolo como si vivir sin trabajar fuese antinatural, o sobrenatural en el mejor de los casos. Yo quiero una cruz o un Edén. En este momento necesito un paraíso aunque para ello tenga que redimirme de toda mi vida.

jueves, 18 de febrero de 2010

Pablo. La expectativa



Aún no había pasado la cuarentena cuando los padres de Pablo Ruiz ya se esforzaban denodadamente por atisbar en él el más sutil de los rasgos que evidenciara que —a poco que la evolución acertase en combinar la genética de sus respectivas cualidades— la selección natural había logrado adaptarse definitivamente a las exigencias de estos tiempos a través de su hijo, dotando de una aplastante relevancia al avance psíquico en detrimento de la fuerza bruta.
El padre se devanaba la intuición intentando adivinar en Pablo todos los rasgos que en él se habían desaprovechado por no haber tenido la posibilidad de potenciarlos adecuadamente.
La madre se conformaba, como si fuese un derecho lógico, con que su vástago se convirtiera en una persona de provecho: responsable, respetado y, por qué no, con sus mismos valores y principios. El culmen sería que compartieran gustos, preferencias, debilidades…
El progenitor lo dormía con el Ave María de Schubert, o el claro de luna. Le recitaba a Lorca, Juan Ramón o Cernuda, intentando extinguir su llanto con míticas metáforas andaluzas…

martes, 9 de febrero de 2010

La historia más triste de la historia (XXXVII). Carlos



“Poemas de amor terminales”, habrá que negociar un nuevo título —se dijo como temiendo que no fuese comercialmente de lo más apropiado—

Y qué más da que sea o no
causa de nuestro demérito,
o del resto.
Somos exactamente lo que
no estamos siendo, ni fuimos
algo más que ideas difuminándose.
El tiempo es una incógnita
que siempre nos resuelve en
incertidumbre, o conato yermo.
Aún así te esperaré de regreso,
para que vuelvas a tropezar en
la piedra que soñamos cuando
se baten las caderas en los
efímeros rincones donde somos.

Había algo en aquellas palabras que la sobrecogían. Quizá sólo se tratase de una coincidencia emocional pero, para ella, en aquel momento, era motivo más que suficiente para hacer una modesta apuesta por aquel autor.
Mientras la abría llamó a la puerta, era Carlos, un editor colega de María con la suficiente confianza para hacerlo, y aún así, muy inferior a la que pretendía constantemente. Ella le entregó el original del poemario invitándolo a que leyese algunos versos. Él buscó —haciendo pasar rápidamente las hojas y aprovechando ese lapso para pasar revista a sus piernas— uno de los más breves, coincidiendo con el que María había acabado de leer.
Carlos era culto. Consciente de ello. Dispuesto siempre a batirse en duelo blandiendo orgulloso sus conocimientos. Embarcado en una permanente cruzada personal en contra de la simpleza y la vulgaridad que invadían su tiempo. María se preguntaba hasta qué punto la cultura de Carlos era un hecho inevitable consecuencia de su placer por la lectura, o un denodado interés por ser un respetado y admirado intelectual. Como el que estudia una carrera por conveniencia, relevancia, o mayor interés, renunciando en gran medida al desarrollo de sus verdaderas inquietudes.

jueves, 28 de enero de 2010

Pablo (El milagro)


Te lo diré una vez más, o dos,
o cien, o mil veces ciento tres
sin tener en cuenta la anterior.
No me cansa ser el yo permanente
inquilino del deseo que te inspire,
siendo la verdad de amarte el
único sacrificio que debo ofrecerte
para que sigas siendo luz de alba,
calor de abrazo, suicidio de saliva.

Ahora has muerto sin mí.
Ya vives en lo eterno conmigo.
Y pueblas hasta el infinito
con lo que me propagas inmenso.
En tu plenitud el mundo ríe
y llora, nace y muere, sufre y goza
a la vez, hasta entendernos utopía.
Ahora, tú y yo, somos milagro
.


lunes, 18 de enero de 2010

Inefable



Silencio por
paciencia ofrezco.
Inefable por qué .
Interesados contacten con nadie.
Clave será lo que no hagan.
Dejen nada como todo.
Puede que no compense.
Sea o no, gracias.
Mañana seremos tres.

lunes, 11 de enero de 2010

A partir de ti



A partir de ti las sombras dejaron de
merodear el aire posándose en el
suelo y en las paredes en penumbra.
Allí donde es normal que ensayen
nuestra muerte sin que lo intuyamos.

A partir de ti entendí que también
la ausencia alberga placeres, que
la luz podía oírse evocando tu
sonrisa, y que la música se veía en
el eco de tu cuerpo abarcándome.

A partir de ti me vi reconociendo cada
viento al tacto, cada agua por su aroma,
cada vello, cada escama por su huella.
Hasta la distancia tiene tu sabor a
absoluto y efímero a cada suspiro.

A partir de ti eclosioné en quizás,
en tal vez, y todo obtuvo ante mí el
color que te mereces, la posibilidad
de existir y de ser alcanzado.

A partir de ti doy gracias por ser
quien soy y no importarme en
absoluto si alguna vez te he merecido.

jueves, 7 de enero de 2010

La historia más triste de la historia (XXXVI). La ducha



Sin embargo la nota decía lo que todo el mundo que conociese su historia habría imaginado. Tener su promesa de que la llamaría era lo único que hizo que Milagros afrontase aquel día sin desear, cada segundo, que jamás hubiese llegado. Me vendrá bien una ducha caliente —se dijo mirándose al espejo y convenciéndose de que aún podía condicionar en algo su destino—. Mientras el agua humeante recorría su cuerpo recordó, como si le estuviese sucediendo en ese momento, cada entusiasmo compartido con los que María la devolvió al optimismo. Quiso atrapar esa sensación para siempre reteniendo con sus muslos el agua, con su flujo la impregnó de una cadencia evocadora. Su cuello perdió todo rigor; sus ojos se comunicaban con quien sabe qué dioses; su voz fue haciéndose lánguida y mártir; toda ella comprometida a que jamás pudiera olvidar esa dimensión que se erigía cuando María y ella rivalizaban sonrisas. Finalmente sus dedos abrieron un honda camino para que el agua la tejiese en todas direcciones, y un canto de belleza asfixiada confirmó la comunión entre todo lo que en ella fluye, y el espejismo de aquellos días.

Una semana antes de llegar a la estación central con el objetivo de hacer todo lo contrario, María valoraba en su oficina la posibilidad de publicar el poemario de un autor novel cuyos versos, lejos de de ser un alarde de conocimientos y clarividencia, sí poseían una singular sensibilidad y una valentía que le pareció gratamente perturbadora...

lunes, 4 de enero de 2010

El bosque (X). El sauce y el perro



Fue la primera vez que pensó si habría realmente una forma de salir de allí manteniéndose cuerda. Nada era del todo real ni ficticio. Todo lo que en un principio parecía razonable terminaba siendo ambiguo y esquivo a la verdad. Ni siquiera pudo concretar si el sauce donde estaba era un socorrido refugio o una cárcel de hojas donde los estorninos la reservaban con maléficas intenciones. Un hocico negro y húmedo se asomó entre las ramas. Ella se asustó pero, cuando observó la cabeza completa del perro, recobró la respiración ante la certeza de conocerlo. Baco —le gritó alegrándose de un reencuentro tan inesperado—. El perro se acercó a ella moviendo todo su cuerpo en señal de alegría, la lamió de arriba a abajo; la rodeó infinidad de veces; se refregó hasta cubrirla de pelos; gimió como dándole gracias por su existencia. Los dos terminaron abrazados rivalizando en complaciencia y agradecimientos. A estas alturas Eva no tenía la más mínima intención de preguntarse cómo era posible que el perro de su padre —muertos los dos hacía diez años cuando éste decidió abandonarla suicidándose, y su perro se arrojó tras él por el puente creyendo que tendría el tiempo y las alas suficientes para salvarle— apareciera precisamente por allí, después de llevar muerto tantos años. Si aquel lugar era capaz de engendrar tantas situaciones amenazantes, por qué no podía compensarse algo la balanza con la llegada de su añorado perro. Ella salío de la copa del sauce corriendo, provocando que la persiguiera como antaño, como si nada malo pudiera pasarle acompañada de su Pastor Belga Groenendael.

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