Poesías, relatos, cine, música... Un remanso en medio de este apocalipsis (grupo EFDLT)

Placer mutuo

Placer mutuo
Moda poética (ediciones limitadas)

lunes, 22 de septiembre de 2008

"Surcar el Mediterráneo" y "Verano en el valle del Guadalquivir"

Quiero dar efusivamente las gracias a todos los que me habéis felicitado por el libro, a los que me han citado o enlazado en sus Blogs, a cada uno de los que tenéis pensado comprarlo, y por supuesto y en especial, a los que hace tiempo que siguen lo que escribo, comentan cada entrada, en definitiva me inoculan la fuerza y el ánimo suficiente para que a pesar de esta frenética y caótica vida que hemos engendrado, me permita el lujo de soñar con la poesía.

Este año ha sido muy intenso, sobrellevar el trabajo, el blog, y el libro me han provocado serias secuelas psíquicas. Intentaré, mientras surco el mediterráneo, recargar mi inspiración, mi esperanza en la raza humana, la capacidad de disfrutar de todo lo bello que no hemos destruido aún de este exuberante planeta.
En apenas diez días volveré, aunque no garantizo que las condiciones sean las adecuadas.

Aprovechando que hoy, por esta parte del mundo, es el primer día de otoño, quiero dejarles un relato que publiqué hace algún tiempo, y que ahora he rescatado de la memoria y terminado definitivamente, se titula “Verano en el valle del Guadalquivir” y versa sobre la rigurosidad del verano en Sevilla. Me conformaría con que os provocase una leve sonrisa. Hasta pronto.


"Verano en el valle del Guadalquivir"

Me encuentro en el único rincón de mi azotea donde a las tres de la tarde sobrevive una brizna de sombra. Es julio aquí en Sevilla, y no es que en el resto del mundo no lo sea, pero esta semana de julio en concreto, en mi azotea, después del almuerzo, mientras inhalo mi dosis de nicotina en este simulacro de sombra, la temperatura ronda macabramente los cuarenta y dos grados centígrados.
Las gotas de sudor rivalizan en su caída salada por todos los áridos cauces de mi cuerpo. El humo del cigarro, en vez de huir hacia el sol, desciende y atraviesa la tierra en busca del fresco comparativo del infierno. Todo está inmóvil, las flores parecen suplicarme una gota de agua milagrosa y resucitadora mientras languidecen. Las barandas hierven como queriéndose desembarazar de la pintura humeante que las viste. El interior del coche es la estancia en la eternidad de Hitler. El aire inflama miradas y aromas haciendo imposible concentrarse en nada que no sea encontrar la forma de respirar y no morir por quemaduras en los pulmones. Los gorriones llevan el pico abierto permanentemente buscando la brisa que pueda escaparse de otras dimensiones, y sus plumas incandescentes clavadas en la sangre elevan sus alas como aviones en busca de las altas corrientes de aire. El humo de los coches y el vapor del asfalto ascienden y se incrustan en las paredes de las habitaciones, el sol las presiona hasta que logran violar los muros, y acaban impregnando camas y pulmones con el cáncer de la inconsciencia más caótica. Conecto el aire acondicionado y avanzo hasta finales de octubre, y respiro aliviado en este otoño prematuro y artificial, encarcelado entre estas cuatro paredes. La memoria es débil cuando el placer es rejuvenecedor, y ahora, bañado en esta fresca brisa eléctrica, miro por la ventana y observo a la gente andando exageradamente pegada a los edificios, al cobijo de los árboles, abanicándose la sangre de la cabeza para intentar no perder su destino. Y uno piensa que tampoco es para tanto, teniendo en cuenta que seguro que el momento de más calor del día es cuando me tocó a mí sufrirlo estando pegado a las ascuas de las aceras y al vapor del asfalto.
Mi ropa empapada se ha secado enseguida, tú regresas acalorada con el pelo pegado a la cara, maldiciendo el verano y separándote con ira la camisa de la espalda. Respiras sedienta mientras diriges tu cara hacia la mágica fuente de la fresca brisa, con los ojos cerrados viajas por Alaska y Noruega, planeas sobre los icebergs y los fiordos bebiendo del hielo en pleno vuelo, como las golondrinas de Becquer. Tu rostro va recobrando toda la amabilidad y armonía que sacrificaste para perder lastre y superficie de contacto con las llamas de este sol inmisericorde.
¿Qué pasa? vaya agobio de puto verano, me dices como si estuvieses regresando, lentamente pero con vida, de Auschwitz.
Mal momento pensé para cualquier tipo de demostración de afecto, ahora mismo es ciencia ficción pensar en el más mínimo conato de recibimiento apasionado. Pues nada, aquí recuperándome, le contesto haciendo el gesto de quitarme con la mano el recuerdo del sudor anegando mi frente.
En ese momento era un suicidio proclamar mi famoso alegato a favor de esta estación en comparación al invierno. Ella tampoco quiso hurgar en la herida, aunque no pudo contener esbozar un cometario irónico como este: ¡qué agradable es el verano cuando hace veinticuatro grados! ¿Verdad?
Aún así, prefiero el verano al invierno, el otoño a la primavera. Y su sonrisa al resto del universo, sea cual sea el momento del año. De más está decir que esto último sólo lo pensé.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Definición



Acogedoramente sombría,
leona equina,
resucitadora poseída,
anfitriona carnívora,
jugosa fruta empantanada,
sílfide del cálido infierno,
fugaz cárcel de incipiente vida,
eco de oraciones y juramentos,
calidad de insaciable,
eufemismo del lado oscuro
del paraíso.

Podría haber dicho también,
su boca, pero hoy me he
decantado por su definición
como diosa ciclotímica y
antojadiza, su forma más
iracunda y tentadora.

lunes, 15 de septiembre de 2008

El pueblo incierto (XIII)



...mientras me recitaba de mala gana mis derechos. Estaba siendo el protagonista de un típico thriller policíaco, donde todo me resultaba tan evidente como ajeno. Con cada policía asido a unos de mi brazos me llevaron en volandas hacia el coche, y pude oír, o quizás imaginar, a todo el mundo dando su opinión sobre mí, tildándome frívolamente de una cosa o de otra, normalmente peor que la anterior. De camino a la comisaría intenté hacer un examen de conciencia de todo lo que me había acontecido desde que, maldita sea la hora, decidí cambiar mi rumbo y dirigirme a este perturbador pueblo, pero por muchas vueltas que le daba no encontraba la más somera explicación lógica para lo que me había, y me estaba pasando. Era como un sueño macabro y abstracto del cual no despertaba nunca, una prueba laberíntica que debería resolver como el héroe que nunca había sido, y que todo el mundo, en algún momento de su vida, debía ineludiblemente aspirar a ser según esta pesadilla.Puede hacer una llamada, me dijo uno de los policías en cuanto me quitaron las esposas dentro de un lúgubre calabozo con claros síntomas de abandono. Menos mal, pensé ligeramente aliviado, al fin una noticia sazonada con una pizca de esperanza. Vamos a ver, puedo llamar a mi mujer, que acudiría rápidamente pero seguramente algo nerviosa, y puede que se le olvidase cualquier detalle importante. A mis hermanas, que sería casi lo mismo, por no decir idéntico. A algún amigo resuelto en el que confiase plenamente, aunque sería un favor demasiado grande teniendo en cuenta que sabría que cuento con mi mujer y mis hermanas, por no mencionar a mis padres, mi amigo incluso podría temer cierto malestar de mis familiares hacia él si yo no considerase primero la posibilidad razonable de pedirles ayuda a ellos...


jueves, 11 de septiembre de 2008

Un cortijo andaluz. José, el pobrecito agradecido (II)



...y la temporada concluía siempre con un intercambio de maldiciones y de amenazas que afortunadamente nunca llegaban a concretarse, sólo servían como desahogo. Quizá para reafirmar de alguna manera, la posición más consecuente posible con el rol que la vida había encomendado a cada uno de ellos. Destino del cual, pensándolo bien, la mayoría absoluta, si pudiesen, renunciarían.
¡Bendita tranquilidad! Exclamó de pensamiento José mientras se sentaba en la cama después de apagar el despertador, era la hora exacta a la que Dios seguramente se levantaba cuando construía el universo, eran las siete y media y el sol despuntaba tranquilamente como sin querer sorprenderlo, seguía pensando mientras se calzaba al primer intento sus babuchas a oscuras. El secreto era colocarlas siempre exactamente en el mismo sitio y en la misma posición, debajo de la mesita de noche, con la puntera hacia la pared. Con el tiempo había comprendido que no acertar de primera al calzarse era síntoma inequívoco de que el día no despuntaba con demasiadas expectativas, de hecho, la primera frase que propinaba a la vida en esos casos era un malsonante improperio de la misma familia que este: “Me cago en la leche puta que mamé”. Ante tal desprecio a sus orígenes nada podía salir ese día del todo a derechas.
Sus pasos recién levantado eran aún más cortos e infinitamente más titubeantes, parecía que se pisara con el talón de un pie los dedos del postrero. Luego descorría la cortina que hacía funciones de puerta de los vientos, y accedía al pequeño salón comedor por el cual transitaba bostezando y esquivando de memoria los muebles hasta llegar a la cocina…


lunes, 8 de septiembre de 2008

Tú y yo



Tu boca alberga mi máximo
esplendor en el tiempo.

Tus manos determinan mi
apogeo y mi decadencia.

Tu llanto es la inquisición
y tu sonrisa el orgasmo.

Tus pechos hacen que
mis células te orbiten
drogodependientes.

Tu mirada indolente
promueve las tinieblas
en la paciencia de esperarte.

Tus piernas convierten todo
lo salvaje que me provocas
en un arte improvisado de
genios y de dioses.

Tu dolor es lo más cercano
que conozco a la muerte,
y deambular por tu vientre
es el único camino a la
resurrección demostrable.

jueves, 4 de septiembre de 2008

La cuenta atrás (Poemas de amor inmisericordes)

El libro ya se encuentra en el proceso de impresión, comenzó la cuenta atrás. Espero que estos poemas puedan despertar cierta emoción, o al menos, curiosidad.



lunes, 1 de septiembre de 2008

El pueblo incierto (XII)



Muy claro, haré todo lo que me digan, respondí, no soy ningún delincuente, y por supuesto no voy armado –aunque seguramente no me creyeron, reconozco que les habría expuesto los mismos argumentos aunque fuese el mismísimo Clyde Barrow – Elevé aún más la voz para anunciar claramente mi pacífica salida: voy a salir despacio, con las manos por delante. El hueco que habían abierto era suficiente para que una persona media pasara de perfil, así que tuve que colocar los brazos en una posición algo absurda, uno delante del otro a lo largo de las clavículas. Más que una rendición parecía que estaba bailando el Hula hawaiano. –Pues sí, esto es una cruz como otra cualquiera, tener que soportar que se me ocurran estas ridículas comparaciones en situaciones tan comprometidas, genéticamente debería ser, cuanto menos, incompatible con nuestro instinto de supervivencia – En cuanto asomé la cabeza los ví, allí estaba una pareja de policías apuntándome con tanta disciplina que podía sentir la inestable tensión acumulada en los dedos índices de sus diestras manos. No había acabado de salir completamente cuando me ordenaron enérgicamente que me pusiera de rodillas en el suelo, y que colocase las manos en la nuca. Así lo hice, quise demostrar con tanta sumisión que mi colaboración no iba a tener límites, que incluso ahora, cuando cambia bruscamente la temperatura, mi rodilla derecha se lamenta profusamente de aquel desmedido y violento aterrizaje. Uno de los agentes se enfundó la pistola y se acercó raudo para colocarme las esposas. Me empujó hacía arriba por los codos mostrándome claramente su deseo de que me levantase, una vez de pie me cacheó como si buscase una veta de diamantes…


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