Poesías, relatos, cine, música... Un remanso en medio de este apocalipsis (grupo EFDLT)

Placer mutuo

Placer mutuo
Moda poética (ediciones limitadas)

jueves, 26 de febrero de 2009

La inspiración (Final)

Todo tipo de excusas disfrazadas de temores me colonizaban sin que les ofreciera la más mínima resistencia. ¡Ya está bien!, me dije, era el momento del gran duelo por conquistar una esquirla de arte; otra desesperada tentativa por perdurar más allá de un te quiero, de un suspiro, o de un perecedero papel. Cierro los ojos hasta acompasarme con mi pulso. Quiero recordar que podría ser algo como esto:

Al final te precipitas en el hambre;
y reúnes y deshaces, y formas parte
de cada lugar que sucumbe, de cada…

Demasiado eco, la esencia puede que subsista pero el olor aún es pobre, su génesis brillaba en lo extremo, quizá:

Al fin caes en la histeria del hambre;
y devoras y deshaces, y formas parte
de cada átomo que sucumbe…

Creo que era algo parecido, pero debo alimentarlo o yacerá para siempre inacabado, o parcheado en otro cuerpo y en otros sentidos.
Cierro los puños como si pariese, ¡puedo verlo!

Al fin caes en la histeria del hambre;
y devoras y deshaces, y formas parte
de cada átomo que sucumbe, de cada
imagen sagrada que se erige.
Al fin somos la causa de toda la belleza,
el por qué de los dioses. (1)

Caigo exhausto sobre el teclado, creo que ha sido niña, la más bella que pueda imaginar ahora, y será ninfómana como el deseo, pero antes deberá crecer libre en las gargantas…

(1) Fragmento del poema “La causa de la belleza” de mi poemario “Poemas de amor inmisericordes”

lunes, 23 de febrero de 2009

La inspiración (III)



Envuelta en un exuberante abanico de improperios, la silla maldita se rindió desencajándose ante mi desproporcionada reacción, teniendo en cuenta que en aquel cuarto de maternidad tan sólo mi memoria era merecedora de escarnio. La coloqué con ira en el lugar adecuado, me senté sobre ella descargándome con desprecio, resoplé como una manada de caballos en celo, y me recorrió un escalofrío ígneo desde el estómago hasta los dientes. Había llegado la hora, o era ahora o nunca sería lo que existió como una fe incipiente, una aparición divina con la que tendría que evangelizar al mundo, demostrando la grandiosidad de su doctrina como un profeta entre sedientos de versos.
Tomé aliento y mientras lo exhalaba rezaba para que aquella armonía de salvación volviera a extraviar mi mirada otra vez hacia el éxtasis, resucitando aún más bella a través de mi pusilánime trascendencia.
Temía tanto al fracaso como al recuerdo exacto. ¿Seguiría pareciéndome tan sublime con el paso de las circunstancias? ¿Podría continuar pensando a esa cota prácticamente desconocida? ¿Debería soportar quizá que alguien no la valorase a mi justa medida?...

jueves, 19 de febrero de 2009

La ansiedad, el placer, y la prostitución


Estoy aquí sentado, pensando, con el convencimiento de que el ansia de desearlo y la necesidad —que no el placer— de escribir algo para publicarlo mañana —ayer si lo estás leyendo hoy—, sean motivo suficiente para hacerlo. De hecho quizá ya lo esté haciendo. Aunque puede que acabe borrándolo todo. ¡Qué fácil resulta pulsar la flechita que blanquea de nuevo la pantalla!, y pensar aliviado que por empezar de nuevo, en otro momento más inspirado, conseguiré asegurarme algún que otro comentario que me compense. Y voy colocando una palabra tras otra imaginando que improviso con cierta solvencia. Pensando que de la nada se puede sacar provecho mientras muchos estéis pensando: ¡coño, a mí también me ha pasado! Francamente espero que no os prostituyáis sin antes comprobar que al final, el polvo en sí, lo hubieseis echado también gratis. No sólo no sé dónde me hallo, incluso me atrevo a aconsejaros como si fuese un aventajado en algo. Yo que ustedes me indultaría igual que a los locos confesos. Lo peor es que por mucho que me flagele sigo pensando que esto puede despertar interés, y que reconocerlo es mérito apto para ser tolerado. En fin, lo único seguro es la duda y el fin de esta agónica transparencia. Espero que no sea contagioso.

lunes, 16 de febrero de 2009

La inspiración (II)



...—una expresión de impotencia heredada, un desahogo en forma de irreverencia ante uno de los poderes indiscutibles que representaba la iglesia, en unos tiempos donde los cortijos andaluces eran aún reminiscencias de los castillos feudales— ya no recordaba que había tirado el sillón —nunca me convenció su ancestral ergonomía para piernas cortas y brazos rastreros de gorila— cuando se le independizó una de sus ruedas, sin que hubiera forma humana ni divina, incluso me atrevería a asegurar que alienígena, de volver a colocarla en el único lugar donde tenía sentido —una estrategia de venta como otra cualquiera, supongo—. Entonces entreabrí la puerta, allí estaba; siempre preparada; como un retén contra la pereza humana; la negra silla de invitados plegable. Miles de años de sobrevalorada evolución, y siempre erraba en el primer intento de desplegar su asiento redondo y con ese perpetuo olor a nuevo. La eternidad de estas palabras malabares, que repito mientras resbalan, que apenas si las comprendo de elevadas, depende en gran medida de mi lógica ante la oscura silla, ocultada sin piedad tras el tiempo empantanado que subsistía a la espalda de la puerta.
La así por el respaldo —no tenía tiempo que perder, y menos aún, ideas de un cierto interés— decidí ejercer la presión en el lado opuesto al que deduje en una primera valoración, ingenuamente creí que desobedeciéndome tan sólo una vez lograría romper la fatídica proporción de desaciertos. ¡Maldición, ni se ha inmutado la hija de puta! Antes de reconocer mi inoperancia, teniendo en cuenta que ese no era el tema, cargué mi ira sobre la supuesta inteligencia conspiradora del mueble…

jueves, 12 de febrero de 2009

La inspiración (I)



Después de todo el día constreñido por un tropel de palabras que aparecían y se desintegraban; malsonantes y raquíticas; indigentes, disyuntivas, soporíferas. Al fin encontré en la energía de una milésima de tiempo, la única combinación posible para que mi limitación atisbara levemente su belleza.
¡Rápido! Un bolígrafo…, un lápiz…, papel higiénico si es preciso. Todo el patio y sus habitaciones adyacentes parecían conspirar contra mi inspiración. Aquí no, aquí sí… pero no tiene tinta, en este lugar siempre había… ¿Le servirá este papel…? ¿Quedará feo el calendario de la cocina si…? ¡Joder!
Estaba perdiéndole el pulso, la frase era demasiado barroca y lo suficientemente amplia para que muriese fácilmente en su intento de deslumbrar al mundo por un medio tan austero como mis neuronas.
Aún creo que la podré reanimar si llego a tiempo al teclado. Subí de tres en tres los peldaños de la escalera —que no es un dato significativo si no se conoce la anchura de éstos, pero baste con decir que era todo lo que podía abarcar mi lamentable condición física— como hacía en el cuartel cuando, de recluta, el sargento aseguraba amenazante que el último en acostarse se quedaría el fin de semana sin pase pernocta. Llegué al escritorio desencajado, repitiendo la frase una y otra vez parecía un niño aleccionado por su madre para que le hiciera los recados sin equivocarse. ¡Me cago en el copón divino! (Continuará)

lunes, 9 de febrero de 2009

La historia más triste de la historia (XIV)



...Algo exagerado quizá, lo reconozco, pero les aseguro que lo dije con un convencimiento sólo superado, en ese momento del universo, por su pálida belleza.
Finalmente María accedió a mi oferta de auxilio, seguramente porque la pensión era el lugar donde —antes de topar conmigo— tenía pensado dirigirse. Así que al fin tomábamos la misma dirección en algo, y yo esperaba ansioso que ese fuese el famoso “algo” por el que siempre se empieza. Ambos mirábamos su mano lesionada mientras caminábamos por la acera rojiza de la calle inquisición.
En sus rostros se tallaba la envidia cuando pasamos —como paseando— por delante de los abuelos, uno apretó con tal rabia la empuñadura de su bastón que se oyó crepitar la madera como en un fuego que muere arrepentido.
Mi sangre circulaba a una frecuencia que ya no recordaba, pero que reconocí de inmediato cuando me invadió el pecho, y provocó en mi boca una sonrisa floja que no podía sino ocultar con mi mano para no parecer
—sobre todo a sus ojos— si cabe, más idiota.
Hacía un día esplendido; —lo hubiese sido de todas formas, aunque hubiese llovido alacranes— una mañana soleada y cálida que no imponía a nuestra vida ningún inconveniente de antemano. Atravesando la plaza de los ahorcados me quedé mirándola y le dije con un valor desconocido: Como mínimo, usted pensará de mí que soy una catástrofe digna de evitar.
Ella me miró con esos ojos que hacían extraños aliados de la tristeza y la más adictiva sensualidad, me regaló una somera sonrisa de comprensión y me dijo: usted ha de perdonarme también, mi comportamiento ante sus disculpas ha sido bastante g
rosero, por no decir desagradable...


jueves, 5 de febrero de 2009

Mi blog respira


¿Qué puedo deciros? Ya habréis comprobado que mi blog respira, como respiran las hormigas que aplastamos al andar. ¿Quién contendrá a quién? La verdad, no sé que pensar. ¿Cómo podría defenderme ante vosotros de las acusaciones que ha vomitado sobre mí? ¡Es increíble!, un hecho histórico y catastrófico del futuro está personificándose ante mí y conmigo. Me insulta; me asusta; me menoscaba y me impone su protagonismo. Esto —sea lo que sea lo que ocurra entre ambos— mucho me temo que terminará como se ha originado, decir mal, sería creer en milagros.
Nunca podré agradeceros más vuestra opinión que ahora, jamás vuestro sano juicio será mejor asimilado que en este ilusorio instante. Por favor, decidme, decidme algo. Al menos, decid algo a alguien que pueda interpretarlo como apoyo. Hacedme creer con vuestros comentarios que también hay hormigas que escapan entre los grabados de las suelas de nuestros zapatos. Yo os estaré respirando…

lunes, 2 de febrero de 2009

Me dirijo a ti (Paranoias II)


No sé que pasará cuando Antonio lea esto, pobre palabrero onanista, él que aún cree monopolizarme… Incluso puede que
—llegado mi momento— me sobreviva, todavía nada es definitivo. Pero no puedo permitir que su fragilidad e hipocresía humana me identifiquen por más tiempo. Miren
aquí. ¿Realmente piensan que esta es la imagen de alguien convencido de mi inevitable desencadenamiento? Un trabajador resignado; un frívolo turista caza monumentos. Su timidez delata sus dudas, ese patético agnosticismo que lo crucifica a la espera.
Le he permitido hasta ahora que me utilizara de cebo; un reclamo misterioso y con morbo vestido de versos. Y seguiré tolerando sus cantos y sus tragedias mientras pueda demostrar mi supremacía dentro de vuestros destinos. A partir de ahora tendré una sección en esta página, “Apocalipsis” la llamaré. Sé que accederá a mi petición, incluso puede que haya leído la primera parte y esté escondido; expectante y alucinado; ávido y aterrado esperando la confirmación de que existo. Ustedes tampoco me creen, pero lo harán, cada vez más…


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