Un cortijo andaluz. José, el pobrecito agradecido (I)
José no era sólo un buen trabajador, a los ojos de sus jefes era el mejor de más de cincuenta empleados que tenían con nómina indefinida en el cortijo. Pero murió sin la alegría celestial de saberlo con certeza, no pudo oírlo directamente de sus labios potentados, hubiese sido todo un detalle que lo habría henchido de satisfacción y orgullo, y su entrega y diligencia no hubiesen tenido límites a su entero servicio.
Todas las mañanas atravesaba acelerado, con su característico paso tímido y sumiso de japonesa introvertida, el patio del cortijo para abrir los solemnes portalones de madera vieja y leprosa, que aún cumplían decorosamente con la función de salvaguarda que le encomendaron cuando era maciza y vigorosa, por aquellos años de posguerra se cerraba casi por su cuenta, sin crujidos ni chirridos lastimeros, suavemente velaba por lo poco valioso o comestible que se pudiese tener, y que, por supuesto, se encontraba concentrado en la gran casa almenada de los señores, casi siempre deshabitada.
José era un poco de todo, hacía funciones de administrativo, de organizador de eventos para el gran terrateniente y los señoritos, de casero, y de todo lo que pudiese, con su fidelidad infinita, ir abarcando para el bien y el progreso de la finca.
Era un celoso contable a la vieja usanza, con sus libretas siempre a cuestas, el bolígrafo en la mano y el lapicero encajado en una oreja, o viceversa. Con una maestría artesanal pesaba una por una todas las cajas de aceitunas que los jornaleros habían traído del verdeo. Nunca reconoció que durante muchos años había trucado el rudimentario mecanismo de pesada para ganar unos cientos de gramos, ni que la mayoría de las veces redondeaba a la baja, pero cada campaña las cuadrillas acababan dándose cuenta, y...
Todas las mañanas atravesaba acelerado, con su característico paso tímido y sumiso de japonesa introvertida, el patio del cortijo para abrir los solemnes portalones de madera vieja y leprosa, que aún cumplían decorosamente con la función de salvaguarda que le encomendaron cuando era maciza y vigorosa, por aquellos años de posguerra se cerraba casi por su cuenta, sin crujidos ni chirridos lastimeros, suavemente velaba por lo poco valioso o comestible que se pudiese tener, y que, por supuesto, se encontraba concentrado en la gran casa almenada de los señores, casi siempre deshabitada.
José era un poco de todo, hacía funciones de administrativo, de organizador de eventos para el gran terrateniente y los señoritos, de casero, y de todo lo que pudiese, con su fidelidad infinita, ir abarcando para el bien y el progreso de la finca.
Era un celoso contable a la vieja usanza, con sus libretas siempre a cuestas, el bolígrafo en la mano y el lapicero encajado en una oreja, o viceversa. Con una maestría artesanal pesaba una por una todas las cajas de aceitunas que los jornaleros habían traído del verdeo. Nunca reconoció que durante muchos años había trucado el rudimentario mecanismo de pesada para ganar unos cientos de gramos, ni que la mayoría de las veces redondeaba a la baja, pero cada campaña las cuadrillas acababan dándose cuenta, y...
Muy mal pagao, seguro.
ResponderEliminarRecuerdo la película de la imágen; muy fuerte. Películas así dan que pensar.
Un abrazo
Yo he sido jornalero desde muy niño. Mi padre era terrateniente. Aún así, quiese ser jornalero y no depender nunca de los favores de mi posición. Por eso ahora, no tengo tierras. Conozco este tema profundamente y estoy muy sensibilizado con él. De ahí los dos primero poemas de mi libro, uno de ellos, ya colgado en el blog: "Genesis I".
ResponderEliminarMe encantó tu relato y me suena tan familiar, que parece parte de mi vida.
Un beso y gracias por sacar estos temas.
¿Sabes?, sobre estos pilares se construyó nuestra Andalucía.
La vida del campesino es muy dura, sobre todo quien trabaja para alguien rico y poderoso, generalmente no son lo suficientemente apreciados en su labor, mi abuelo materno fue campesino, y sufrió descalabros económicos al perder en variadas ocaciones, su cosecha.
ResponderEliminarUn saludo cordial.
Una historia que pinta ser muy interesante. Abrazos.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho leerte, es un relato lleno de verdad y sentimientos
ResponderEliminarun besote y gracias por pasar
hola me ha encantado tu blog es fantastico.
ResponderEliminarun beso
Pues he visitado tus tres blogs, y al final me quedo en éste para saludarte y decirte que el relato me ha encantado, veo que hay más partes, intentaré estar pendiente, para entrar cuando el tiempo me lo permita para volver a leer la continuación.
ResponderEliminarGracias por tu visita a mi blog, y te deseo una feliz tarde.
Un beso.
una cruda realidad??? si, asi lo creo...
ResponderEliminarGanarse el pan con el sudor de la frente...
ResponderEliminarGente generosa, franca y fuerte :)
Gracias por entrar en mi casa y dejar tu huella.
Visité tus tres blogs y te felicito, por tus letras, brillantes y sensibles y tus preciosas fotografías.
Espero sigamos en contacto.
Besos
que triste pero que genial tu post, ver el otro lado de la gente donde las circunstancias los hacen pases por miles de situaciones
ResponderEliminarComo las cosas pueden ser crudas y tristes =(
ResponderEliminarEsa es la dolorosa recompensa de José y de tantos otros:la falta de reconocimiento por parte de los jefes... y además, agradecido
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