La increíble hormiga pensante (VIII). Fin
La mariquita se apresuró a descender de la hoja para auxiliarla —quizá había encontrado en este tipo de misiones altruistas la verdadera razón con la que contribuir a una relación entre insectos más armónica, demostrando a su vez que no tenían por qué regirse, debido a una especie de designio supremo, por la voluntad de sus salvajes y retrógrados instintos— con el infortunio de resbalar al emprender su bajada por el tallo, y precipitarse violentamente al suelo antes de que tuviese tiempo de desplegar sus alas. Las dos se quedaron mirándose con sus patas hacia el cielo, derrotadas por su destino, como si reflexionar no fuese realmente determinante para la supervivencia en sus circunstancias. Entendieron al unísono y en silencio que, seguramente, el hecho más determinante para demostrar hasta que punto eran los animales más inteligentes de la tierra, sería no tener que justificárselo a nadie, y muchos menos intentar que lo entiendan o lo compartan. Así que se sentaron una apoyada en la otra. Pensando cuál sería el lugar idóneo donde disfrutar juntas del resto de sus eruditas vidas, puede que algo solas, pero nunca mal acompañadas, ni tediosas.
como va la vida antonio? yo aquí, leyendote.
ResponderEliminarQué sabe nadie?
ResponderEliminarLas obras en silencio encumbran el espíritu.
Besos Antonio.
Jejeje que interesante me ha gustado mucho, un saludo.
ResponderEliminarAntonio,
ResponderEliminarque lindo final! Me encantó eso de "... algo solas, pero nunca mal acompañadas, ni tediosas."
Que más se puede pedir para el resto de una vida?
Besos desde el Sur.
REM
un abrazo Antonio, estoy poniéndome al día
ResponderEliminarUn relato muy interesante..........
ResponderEliminarUn abrazo
Antonio:
ResponderEliminarhermoso e interesante relato.
te felicito por el libro poemas de amor inmisericordes-
abrazos
guaaa!! me encanta el blog, siempre encuentro poemas preciosos
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