
Como un suicida predico dejándome
caer desde tu garganta hasta el frío
infierno donde acaban tus pies,
intentando evangelizar con historias
de placeres paradisíacos a todos tus
miembros paganos.
Voy reclutando fieles dando ejemplo,
uno a uno, siervos desertores de tu
gélido silencio, pilares sobre los que
fundaré mi iglesia en tu agnóstica cintura,
que abrumada ante tales milagros apenas
susurrados, pronto acogerá mi reino.
Esta es la plegaria idónea para que
emprendas una nueva era, una nueva
fe que redima para siempre esas dudas
que pudren en el limbo toda la alegría
de creernos eternos cuando el amor se nos
transforma en fuego; llamas celestiales
que caen ardiendo sobre las yemas de
tus dedos cuando deforman mi espalda,
como empujando mi sangre hacia tus adentros.