La historia más triste de la historia (XXVIII)
...Levantó su cabeza, fue recorriendo sus rostros con una mirada tan firme y reveladora que todos respondieron humillando sus frentes, mientras decía algo parecido a esto: “Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme; aunque estalle una guerra contra mí, estoy seguro en ella. Si Dios está conmigo, ¿quién osa estar contra mí? La malicia matará al impío,
los que odian al justo lo tendrán que pagar. Hermanos, el maligno ha sembrado en vosotros la semilla del odio. Rezad conmigo, pedid clemencia a Dios nuestro Señor, mirad al cielo y elevad vuestras manos, moriría por vosotros ahora mismo para haceros dignos de su perdón”. Dicho esto se echó mano al pecho como si el corazón se le quisiera escapar al cielo, hincó sus rodillas en la madera ensangrentada, y antes incluso de intuir su final, cayó muerto como un ajusticiado más de aquel patíbulo.
“Somos los pecados de Cristo, gracias Señor por habernos perdonado”, gritó el que fuera, antes de la guerra, uno de los monaguillos del pueblo. Todos los allí presentes se santiguaron cerrando sus ojos en un acto de intimidad suprema, un murmullo ensordecedor de gracias y rezos se elevaba a través de la noche haciendo temblar las estrellas. En ese momento fueron conscientes de que sólo un milagro podría salvar sus almas, y que Dios se lo había concedido sin reparar en misericordia. Fueron reuniéndose alrededor del peregrino, besándose y abrazándose entre todos como si la ira y la abominación de aquellos últimos años, en aquel lugar, hubiese sido un paréntesis infernal dentro de su humanidad y de su fe inolvidable. Los más sabios del lugar decidieron realizar un sufragio para aprobar una serie de medidas que garantizase que nunca más se apartarían del camino del señor. Entre otras, propusieron hacer Santo al monje que dio su vida por ellos, levantar una iglesia en su nombre —debido a su anonimato acordaron bautizarlo como el salvador—; prohibir terminantemente, bajo pena de destierro, tener en cuenta ni rememorar traiciones, rencores, sangre derramada, ni cualquier otra barbarie pasada que...
los que odian al justo lo tendrán que pagar. Hermanos, el maligno ha sembrado en vosotros la semilla del odio. Rezad conmigo, pedid clemencia a Dios nuestro Señor, mirad al cielo y elevad vuestras manos, moriría por vosotros ahora mismo para haceros dignos de su perdón”. Dicho esto se echó mano al pecho como si el corazón se le quisiera escapar al cielo, hincó sus rodillas en la madera ensangrentada, y antes incluso de intuir su final, cayó muerto como un ajusticiado más de aquel patíbulo.
“Somos los pecados de Cristo, gracias Señor por habernos perdonado”, gritó el que fuera, antes de la guerra, uno de los monaguillos del pueblo. Todos los allí presentes se santiguaron cerrando sus ojos en un acto de intimidad suprema, un murmullo ensordecedor de gracias y rezos se elevaba a través de la noche haciendo temblar las estrellas. En ese momento fueron conscientes de que sólo un milagro podría salvar sus almas, y que Dios se lo había concedido sin reparar en misericordia. Fueron reuniéndose alrededor del peregrino, besándose y abrazándose entre todos como si la ira y la abominación de aquellos últimos años, en aquel lugar, hubiese sido un paréntesis infernal dentro de su humanidad y de su fe inolvidable. Los más sabios del lugar decidieron realizar un sufragio para aprobar una serie de medidas que garantizase que nunca más se apartarían del camino del señor. Entre otras, propusieron hacer Santo al monje que dio su vida por ellos, levantar una iglesia en su nombre —debido a su anonimato acordaron bautizarlo como el salvador—; prohibir terminantemente, bajo pena de destierro, tener en cuenta ni rememorar traiciones, rencores, sangre derramada, ni cualquier otra barbarie pasada que...
"La Creación de un Dios"
ResponderEliminarUna historia peculiar, particular y sectaria.
De todas formas resulta interesante saber cómo continúa...
En ascuas!
Un beso grande.
Veremos como termina tu historia,tan magníficamente narrada.
ResponderEliminarPorque en la realidad, no hay sufragio, que haya sido valido ni efectivo para tan bellos propósitos, y se sigue aplicando el ojo por el ojo, y todos encuentran sagradas y profanas razones para ello.
Un placer leerte.
Un abrazo grande
Gizz
Vaya... Me quedo en ascuas... ^^
ResponderEliminarUn día de estos me tengo que releer todos los capítulos del tirón... :)
Un beso.
-Arantza. Dios es el mismo, sólo hicieron santo al monje que los rescató del averno.
ResponderEliminar-Gizela. Esperemos que este pueblo acabe creando escuela para el arrepentimiento del mundo. Un placer tenerte por aquí.
-Lunática. Cuando quieras, tu opinión es fundamental.