La increíble hormiga pensante (III)
Nadie debería juzgarme por la hormiga que he sido hasta ahora —dedujo del desinterés que infundía su situación—, ni tan siquiera por la que hubiese sido toda la vida si no llego a caer en esta trampa con la que los árboles vengan su quietud. ¿Quién podría exigirme que obviase tamaña herencia genética. Ha sido necesario un hecho traumático, que tutee a la muerte sin garantías de ganarme su respeto, para romper la secuencia de programadas obligaciones a la que estaba predestinado desde que nací. Si al menos pudiese articular algún tipo de sonido que me permitiera expresar, con un tono agónico, mi grado de desesperación. Proclamaría sin cesar la infinitud de mi agradecimiento a quien decidiese ayudarme a salir de este trance. Me proclamaría su deudor eterno.
Un sonido lejano y seco, proveniente sin duda de un acto contundente, empezó a registrarse en sus antenas y en su cinco patas libres con una cadencia perfecta, la vibración recorría su cuerpo como un impulso eléctrico. Era una manada de elefantes que ajenos a ella, al resto de seres vivos, cosas, y dioses, recorrían en fila india aquella zona en busca de agua. Pasaron tan cerca que una de sus pisadas hizo que la gota de savia se elevara y cayera, arrastrando a la hormiga con ella, con la mala fortuna —eso es lo que creyó en una primera evaluación— que lo que fuera la base quedo a la inversa, resplandeciendo bajo la luz de la luna. Y el insecto quedó colgando de su maltrecha extremidad, con su cabeza pensando en agujeros negros y holocaustos, a sólo un palmo —de hormiga— del suelo. Aunque su situación era crítica, su cada vez mayor capacidad de reflexión le hizo albergar esperanzas suponiendo que esa era la única y última posibilidad que tendría para provocar en los demás insectos un halo de misericordia.
Un sonido lejano y seco, proveniente sin duda de un acto contundente, empezó a registrarse en sus antenas y en su cinco patas libres con una cadencia perfecta, la vibración recorría su cuerpo como un impulso eléctrico. Era una manada de elefantes que ajenos a ella, al resto de seres vivos, cosas, y dioses, recorrían en fila india aquella zona en busca de agua. Pasaron tan cerca que una de sus pisadas hizo que la gota de savia se elevara y cayera, arrastrando a la hormiga con ella, con la mala fortuna —eso es lo que creyó en una primera evaluación— que lo que fuera la base quedo a la inversa, resplandeciendo bajo la luz de la luna. Y el insecto quedó colgando de su maltrecha extremidad, con su cabeza pensando en agujeros negros y holocaustos, a sólo un palmo —de hormiga— del suelo. Aunque su situación era crítica, su cada vez mayor capacidad de reflexión le hizo albergar esperanzas suponiendo que esa era la única y última posibilidad que tendría para provocar en los demás insectos un halo de misericordia.
Que interesante relato, me ha gustado mucho, es un placer leerte, deberías poner en tu blog el cuadro de seguidores, para así los que te leemos agregarnos, no vendría nada mal, un abrazo.
ResponderEliminarSabes que me encanta esta serie.
ResponderEliminarTras cuatro dias de locura con el tema de la lectura de Priego, vuelvo a la normalidad, amigo.
Un abrazo.