La historia más triste de la historia (XLIII). La nueva relación
Carlos entreabrió los ojos, parpadeó imitando la adaptación de sus pupilas a la luz, se miraron unos segundos atentamente. Sonrieron tiernamente. Ambos se resistían a inaugurar esta incipiente historia. Hay tantos tipos de relaciones sentimentales como grados de compromiso. La suya, inopinada en extremo, contenía una ingente cantidad de posibilidades. Lo único seguro era que los dos estarían dispuestos a empezar lo más cercano a la postura del otro, lo que evidenciaba la predisposición de ambos por comenzar de la mano.
—Buenos días, mi lozana andaluza —le dijo mientras extendía el brazo y desplegaba su mano recorriendo la mitad de la distancia que los separaba e invitándola a hacer lo mismo.
—Buenas tardes, bello durmiente. —contestó, y aceptando el llamamiento de su sangre amerizó en su mano acariciándole antes el entregado dorso de su antebrazo—.
—Prométeme que no te difuminarás en el lapso de un bostezo.
—Por ahora no es mi intención.
—¿Por ahora?
—Por ahora alberga para siempre.
—Pero no viceversa.
—Hace mucho tiempo que no utilizo siempre. Además, no me apetece profundizar más en el tema. Me gustaría comer algo en la terraza, contigo, claro, y no pensar en el más allá que es el futuro, ni en el peso atómico de cada palabra.
—Perdóname si te he agobiado, es una deformación heredada de mi trato con tantos necios arrogantes que cree ser los albaceas del saber.
Me ha encandilado la frasecilla del "peso atómico de cada palabra". Me parece muy afortunada. Un abrazo.
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ResponderEliminarYo, para compensar los excesos de la noche anterior o de una tarde, o de cualquier madrugada o amanecer, me pediría unos bollos dulce y chocolate; la fruta también. Todo dulce, dulce, dulce y muy muy jugoso.
ResponderEliminarCualquier relación ha de tener cabida lo dulce y jugoso. Buenos ingredientes para un buen principio de una relación.
Un placer volverte a saludar.
Un beso para ti.
** MARÍA **