La historia más triste de la historia (I)
Lloró tanto que el fin de mi tiempo se empezó a medir tomando de referencia sus lágrimas, todos sus holocaustos aprovecharon un pequeño contratiempo para salir en estampida por cada uno de los poros que pudieran convertirse en heridas sobre su cuerpo desterrado de aliento. Apenas si recordaba el por qué de las primeras gotas amargas que recorrieron su rostro descompuesto por el desamparo. Pero contempló todo lo que alguna vez pudo hacerle albergar esperanzas, arrasado para siempre y enterrado bajo su mirada enfermiza.
A todo el pueblo le sorprendió la tristeza en el atardecer de aquel día. María lo contagió todo desde su balcón, ahogada ante el crepúsculo que el sol le mostraba con alevosía por encima de los árboles meciéndose como plañideras desconsoladas. Aquella noche todo el mundo rezó; unos a Dios, otros a la tierra, y los locos del pueblo al balcón de María. Los perros callejeros iban pidiendo disculpas con el rabo entre las piernas mirando compulsivamente a su alrededor y aullando a destiempo. Los pájaros que habitualmente comían en su mano, sólo bebieron esa tarde las lágrimas estancadas en su escote, todos murieron de repente al poco de emprender el vuelo sin que a ella pareciera sorprenderle. Los gatos hicieron esa noche de barrenderos cautelosos del infierno, parecía que estuviesen destinados a no dejar huellas de lo que siniestramente se avecinaba, y fueron comiéndose los pájaros uno a uno hasta que su gula se rindió y decidieron enterrarlos sin ninguna ceremonia religiosa o discurso fúnebre…
A todo el pueblo le sorprendió la tristeza en el atardecer de aquel día. María lo contagió todo desde su balcón, ahogada ante el crepúsculo que el sol le mostraba con alevosía por encima de los árboles meciéndose como plañideras desconsoladas. Aquella noche todo el mundo rezó; unos a Dios, otros a la tierra, y los locos del pueblo al balcón de María. Los perros callejeros iban pidiendo disculpas con el rabo entre las piernas mirando compulsivamente a su alrededor y aullando a destiempo. Los pájaros que habitualmente comían en su mano, sólo bebieron esa tarde las lágrimas estancadas en su escote, todos murieron de repente al poco de emprender el vuelo sin que a ella pareciera sorprenderle. Los gatos hicieron esa noche de barrenderos cautelosos del infierno, parecía que estuviesen destinados a no dejar huellas de lo que siniestramente se avecinaba, y fueron comiéndose los pájaros uno a uno hasta que su gula se rindió y decidieron enterrarlos sin ninguna ceremonia religiosa o discurso fúnebre…
Lloró tanto que se olvidó de cómo se hacía cuando llegó el momento importante.
ResponderEliminarUn texto que rezuma romanticismo y que busca la expresión exacta de un día de desolación. Un cordial saludo.
ResponderEliminarCreo que eres un grandísimo escritor. En el momento en que tus letras pierdan la timidez no vas a dejar a un sólo lector sin rostro de asombro.
ResponderEliminarfabuloso.