La historia más triste de la historia (II)
...para no levantar sospechas de humanidad. Lo único que le faltaba a la noche para aguar del todo la existencia de la gente era una gran tormenta. Sin embargo era todo lo contrario, nunca se había podido contemplar mayor número de estrellas en el cielo de aquel lugar acribillado de inquietud, su brillo era de una intensidad tan insultante que ocultaba cualquier rastro de que la luna existiese, y creaba un ambiente de sombras inéditas y luces agonizantes que no recordaba a nada. El aire sorprendía cálido en unas direcciones y avasallaba gélido en otras, como si el mundo girase de pronto caótico por un universo sin dioses piadosos.
Todo el mundo quería a María pero nadie se atrevió aquella noche a visitarla para confirmárselo, ni tan siquiera para intentar consolarla. Y yo, que también me hubiese comido a los pájaros si ella me lo hubiese pedido, sólo atiné a espiarla desde mi ventana, oculto tras la cortina, sometido a una vorágine de futuras intenciones y arrepentimientos pasados que me soldaron a la duda más cobarde que pueda padecer un amor tan intenso como anónimo. Una idea me atormentaba y a la vez me llenaba de un optimismo desaforado; ¿estaría contribuyendo la indecisión que padecía a la hora de mostrarle mis sentimientos a la hecatombe por la que atravesaban sus sentidos? y si mi amor no fuese tan siquiera digno de su atención ¿Podría al menos mitigar su dolor sentándome a su lado, cogiéndole las manos, aunque nos mantuviésemos en silencio hasta formar parte de la ornamenta exánime de las mecedoras?
Mientras mi estar o no estar me consumía, un apagón eléctrico hizo que un inquietante murmullo de preguntas y temores recorriese el pueblo...
Todo el mundo quería a María pero nadie se atrevió aquella noche a visitarla para confirmárselo, ni tan siquiera para intentar consolarla. Y yo, que también me hubiese comido a los pájaros si ella me lo hubiese pedido, sólo atiné a espiarla desde mi ventana, oculto tras la cortina, sometido a una vorágine de futuras intenciones y arrepentimientos pasados que me soldaron a la duda más cobarde que pueda padecer un amor tan intenso como anónimo. Una idea me atormentaba y a la vez me llenaba de un optimismo desaforado; ¿estaría contribuyendo la indecisión que padecía a la hora de mostrarle mis sentimientos a la hecatombe por la que atravesaban sus sentidos? y si mi amor no fuese tan siquiera digno de su atención ¿Podría al menos mitigar su dolor sentándome a su lado, cogiéndole las manos, aunque nos mantuviésemos en silencio hasta formar parte de la ornamenta exánime de las mecedoras?
Mientras mi estar o no estar me consumía, un apagón eléctrico hizo que un inquietante murmullo de preguntas y temores recorriese el pueblo...
"¿Podría al menos mitigar su dolor sentándome a su lado, cogiéndole las manos, aunque nos mantuviésemos en silencio..."
ResponderEliminarCuántas veces se echa de menos una mano de un personaje cualquiera (o no tan cualquiera) que se mantenga en silencio..
Una presencia amiga a veces es lo único que hace falta.
ResponderEliminarPues nos quedamos todos con la incertidumbre en el cuerpo, pendientes del omnipresente autor: el protagonista de la historia, el pueblo y nosotros.
Un abrazo
Esta historia me ha recordado a una que aparece en un libro de Goethe titulado " Conversaciones de emigrados alemanes ", muy recomendable, como todo lo de Goethe.
ResponderEliminarEs de una especie de surrealismo mágico , ¡ qué combinación ! .
Me parece que llevas mucho dentro.
Un cordial saludo y espero me disculpes que me haya "colado" en tu blog sin previo permiso. Gracias de antemano, y Felicidades.
Pues comparto todos los comentarios. Me hubiera repetido. Aún así añadiré que un amor capaz de comerse a los pájaros si ella se lo hubiese pedido, estoy segura que es capaz de coger una mano en silencio y mitigar mucho más que su dolor. Es una prosa poética preciosa.
ResponderEliminarUn saludo
Pecador de la pradera
ResponderEliminarMe gusta cómo escribes. Me quedaré.
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