Abandonemos la realidad en la que
nos contiene esta pesadilla.
¿Qué deberíamos hacer, deshacer,
dejar de hacer, pensar u olvidar para
mantenernos, a pesar de pretender darnos
sentido, sintiéndonos así —como éramos—:
sin desvanecer
un ápice dentro de la lógica aplastante
de un despertador, o un ansiolítico.
La noche, la que nos inmunizaba ante
las horas negras donde seríamos hoy,
reverbera ahora sombras sin tiempo,
y se enreda en los pulmones hasta
hacernos respirar tristezas que se dan la espalda.
¿Para qué retroceder pudiendo ser más y
mejores ahora? Dime, ¿por qué nos descubrimos
como seremos sin el otro?: seres clonados
con aires de filósofos paranoides abocados a
engrosar una facción profética con ánimo de lucro.
¿Cuál es el límite donde las palabras y
el silencio comienzan la metástasis de sus
más oscuras acepciones?
Quizá esta cismática duda active algún mecanismo
evolutivo porque, de no ser así:
¡¿qué demonios hacen el cuánto y el por qué
ensombreciendo toda confesión, cada promesa,
aún vigentes, vitales!?
La lógica que nos rige,
ajena a nuestra insignificancia y fugacidad,
ratificada por esta tarda revelación,
nos utiliza como paradigma de creación
paradójica, aspirante a patética,
ante el resto del universo.
y tú, ajena a ser debacle, quizá
aún puedas salvarnos:
sonríe,
como cuando nada tenía antecedentes.
¡Aleluya hermanos, alelulla!