La historia más triste de la historia (XXVII)
– ¡Qué aproveche! Perdone, acabo de llegar en tren y me gustaría preguntarle a qué pueblo podría dirigirme desde aquí, para estar lo más aislada y tranquila posible.
– ¿El pueblo más aislado? Yo diría que es “Los pecados de Cristo”, sólo se accede desde una línea de autobús que recorre la comarca, desde este pueblo salen un par de ellos al día.
–No puedo creer que haya un pueblo que se llame así. Se me amontonan las preguntas. ¿Sabe usted el motivo de ese nombre?
–No sabría decirle hasta que punto será verdad pero, se comenta que en la guerra civil se llegó a tal grado de paroxismo en ese lugar que se pusieron en práctica todo tipo de crueldades conocidas e inéditas: torturas, asesinatos, la quema en hogueras, hasta se rumorea que, debido a su remoto enclave y a la dificultad para su avituallamiento, llegaron a practicar el canibalismo. Un día apareció por allí una especie de monje peregrino que, a medida que iba recorriendo el pueblo fue comprobando la cantidad de atrocidades que se habían cometido: cada plaza constaba, casi por obligación, de un patíbulo donde se podían ver cabezas cortadas, cuerpos ahorcados abandonados a las aves carroñeras, cadáveres desplomados como si hubieran intentado absorber con su último aliento, de nuevo, su sangre. El monje, horrorizado, seguro de que satanás había encontrado una puerta a la tierra que desembocaba exactamente en aquel lugar. Decidió ir puerta por puerta suplicándoles una tregua y convocándolos en la plaza del ayuntamiento a la caída de la tarde, para intentar ocultar con las sombras, el odio de sus miradas y la sed de mal con la que el Demonio había infectado sus almas. Poco a poco la gente fue saliendo de sus casas, intentando no coincidir con ningún enemigo, cada bando se colocó a un lado de la plaza. El Peregrino estaba de pie en el patíbulo, con una especie de misal entre sus manos unidas, la cruz de una cadena en su boca, mirando hacia abajo en una especie de trance espiritual que tranquilizó algo a los ciudadanos, que parecían sentir, en su inquietud, las ascuas del infierno agrietándoles la suelas de los zapatos e incitándoles a culminar el holocausto.
– ¿El pueblo más aislado? Yo diría que es “Los pecados de Cristo”, sólo se accede desde una línea de autobús que recorre la comarca, desde este pueblo salen un par de ellos al día.
–No puedo creer que haya un pueblo que se llame así. Se me amontonan las preguntas. ¿Sabe usted el motivo de ese nombre?
–No sabría decirle hasta que punto será verdad pero, se comenta que en la guerra civil se llegó a tal grado de paroxismo en ese lugar que se pusieron en práctica todo tipo de crueldades conocidas e inéditas: torturas, asesinatos, la quema en hogueras, hasta se rumorea que, debido a su remoto enclave y a la dificultad para su avituallamiento, llegaron a practicar el canibalismo. Un día apareció por allí una especie de monje peregrino que, a medida que iba recorriendo el pueblo fue comprobando la cantidad de atrocidades que se habían cometido: cada plaza constaba, casi por obligación, de un patíbulo donde se podían ver cabezas cortadas, cuerpos ahorcados abandonados a las aves carroñeras, cadáveres desplomados como si hubieran intentado absorber con su último aliento, de nuevo, su sangre. El monje, horrorizado, seguro de que satanás había encontrado una puerta a la tierra que desembocaba exactamente en aquel lugar. Decidió ir puerta por puerta suplicándoles una tregua y convocándolos en la plaza del ayuntamiento a la caída de la tarde, para intentar ocultar con las sombras, el odio de sus miradas y la sed de mal con la que el Demonio había infectado sus almas. Poco a poco la gente fue saliendo de sus casas, intentando no coincidir con ningún enemigo, cada bando se colocó a un lado de la plaza. El Peregrino estaba de pie en el patíbulo, con una especie de misal entre sus manos unidas, la cruz de una cadena en su boca, mirando hacia abajo en una especie de trance espiritual que tranquilizó algo a los ciudadanos, que parecían sentir, en su inquietud, las ascuas del infierno agrietándoles la suelas de los zapatos e incitándoles a culminar el holocausto.
Me he quedado con ganas de leer mucho más!!
ResponderEliminarLa historia del pueblo es alucinante... :)
Hola! dejé mi comentario en el poema de abajo es el que me llamó la atención leer.
ResponderEliminarEres un lujo.Suerte con tu libro!
=) HUMO
hola hermano
ResponderEliminarte deseo lo mejor de lo mejor
para tu libro
mucho exito
un gusto leerte
me llevo en el alma tus textos
un abrazo
que tengas un gran dìa
saludos.
Gracias por llegar hasta mi blog. Antonio. Un placer leer el tuyo. Te deseo toda la suerte del mundo pra ti y para tu libro en este parasitario mundo de la literatura.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lisola.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarYo también quiero saber más ¡La siguiente parte ya!
ResponderEliminarLa vida es esto. Prestémosle atención a los
ResponderEliminardetalles. Al calorcito humeante del pis, a sacar la basura, a viajar apretados
en colectivo. Si no disfrutamos eso, ¿qué nos queda?
-Lunática. Si quieres más, lo tendrás.
ResponderEliminar-Humo. Un lujo es tener comentarios tan amables como los tuyos.
-Alejandro. Puedes regresar a por más cuando quieras.
-Lisola. No voy a decir que es lo único, pero con agradaros ya he conseguido bastante.
-Deprisa. Yo no puedo ir tan rápido como tu portentoso niño zombi, pero todo se andará.
-P. Siempre nos quedará el fin de los tiempos, compañero.
Gracias por comentar en mi blog.
ResponderEliminarMuy bueno lo tuyo. ¡Éxitos y felicitaciones por tu libro!
Saludos
Matias
~♣n_n ¡Súper genial! relato No pude evitar leerlo! todo. ¡Gracias!^-^♣~
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