La historia más triste de la historia (XVIII)
Esa mañana el amanecer parecía estar con resaca, y tardó más de lo normal en asomarse por la ventana del salón, clareando las cortinas, calentando mi oreja derecha, la pantalla del televisor, y la góndola de falso cristal de Murano, recuerdo de mi añorada estancia en Venecia. Lo hizo tímido y renqueante entre la niebla y las nubes de luto escarlata. Se avecinaba un día tormentoso. Yo pensé —con el placer que da desperezarse cuando uno está solo, y bosteza como un ogro de las cavernas— que era una señal más de la infinita sabiduría de la naturaleza, que intentaba contrarrestar mi euforia con chaparrones llenos de rabia y estruendo para que el mundo consiguiera, una vez más, mantener su equilibrada armonía.
Eran las ocho de la mañana y no creo que sea preciso aclararos en quién estaba pensando cuando aún no habían pasado de la fase de calentamiento —en el estricto sentido físico y elástico de la palabra— mis perezosas neuronas.
Aunque la pensión no tenía servicio de comidas, era un detalle de la casa el ofrecer a las ocho y media un café en el salón a todo el que quisiera. Pero María, a la cual, la jornada anterior, le había recordado este punto del día unas cinco veces, no apareció. Era normal me dije, el viaje, su primer día en el pueblo, el accidente con el pomo, estaría reventada, seguro que sigue dormida, se levantará hambrienta, descenderá las escaleras con la expresión relajada y yo simularé que en ese momento me disponía a ir a desayunar a un lugar perfecto para nosotros —aunque eso de “para nosotros” no creo que me atreviese a decirlo— , y la invitaré, como no podía ser de otra manera tratándose de todo un caballero como yo, a acompañarme.
Las diez y media de la mañana y aún sigue en su habitación. No sería muy profesional por mi parte molestarla para preguntarle si querría venir conmigo a desayunar, y no tendría calificativo el ofrecerme a subirle un café y unas tostadas si le apetecían. Esperaré, ¿qué remedio? contaré los truenos de distancia hasta volver a verla mientras escribo algo que publicar en mí página.
Eran las ocho de la mañana y no creo que sea preciso aclararos en quién estaba pensando cuando aún no habían pasado de la fase de calentamiento —en el estricto sentido físico y elástico de la palabra— mis perezosas neuronas.
Aunque la pensión no tenía servicio de comidas, era un detalle de la casa el ofrecer a las ocho y media un café en el salón a todo el que quisiera. Pero María, a la cual, la jornada anterior, le había recordado este punto del día unas cinco veces, no apareció. Era normal me dije, el viaje, su primer día en el pueblo, el accidente con el pomo, estaría reventada, seguro que sigue dormida, se levantará hambrienta, descenderá las escaleras con la expresión relajada y yo simularé que en ese momento me disponía a ir a desayunar a un lugar perfecto para nosotros —aunque eso de “para nosotros” no creo que me atreviese a decirlo— , y la invitaré, como no podía ser de otra manera tratándose de todo un caballero como yo, a acompañarme.
Las diez y media de la mañana y aún sigue en su habitación. No sería muy profesional por mi parte molestarla para preguntarle si querría venir conmigo a desayunar, y no tendría calificativo el ofrecerme a subirle un café y unas tostadas si le apetecían. Esperaré, ¿qué remedio? contaré los truenos de distancia hasta volver a verla mientras escribo algo que publicar en mí página.
Teniendo en cuenta que estoy perdida y me he perdido las 17 partes anteriores, no puedo opinar mucho...
ResponderEliminarHe de ponerme al día, pero ahora no puedo... Debería trabajar un poco, que la conciencia me mata, (aunque no debería)...
Me dejaste pensando en María...
Otra opción sería desayunar dos veces...con un poco de suerte.
ResponderEliminarSe levante de buen tino o enfadada, mejor que le pille a uno con el cuerpo caliente...
Un beso
Hay días que amanecen muy grises en todos los sentidos, grises y, además, tristes.
ResponderEliminarOtra vez, atrévete, es mejor arrepentirse de hacer algo que de no haberlo hecho, el no ya lo tenías, al menos este es mi lema, últimamente.
Parece ser que esto es la continuación de algo, me informaré.
Un beso.
Me gustó mucho la expresión "... truenos de distancia..."
ResponderEliminar¡Me encantan las imágenes tan logradas!
Un beso,
Es verdad el no ya lo tenías ...Pero ese machismo le impidio ver a Maria que lo esperaba en su habitación !La próxima ...ni lo duda
ResponderEliminarQue tal prestarle los implementos para fregar ventanales a algun joven que se dedicase a esos menesteres.
ResponderEliminarHola Juan Antonio acabo de llegar a tu blog, y empezaré a leer porque me parece muy bueno lo que haces, un saludo.
ResponderEliminarYaiza
bueno pues gracias por dejarme ese saludillo en mi blog y paso a dejarte el mio....creo q segun he leido tengo q ponerme al dia con los demás capitulos jejejeje lo haré
ResponderEliminarbesitossss
¿Esperar para qué? Sólo tenemos el instante presente y lo más sensato es aprovecharlo sin pérdida de tiempo.
ResponderEliminarMuy bueno el relato, aunque veo que es continuación de otros anteriores. tendré que ponerme al día :)
Un beso
"Esperar es de cobardes"
ResponderEliminar-Lunática. María en un enigma, y espero que tú lo descifres.
ResponderEliminar-Arantza. Eso si baja, aún estamos esperando.
-Irene. La teoría es rotunda, pero él no lo tiene tan claro. Infórmate y lo entenderás.
-Milenius. Me encanta que te encante, por eso continuará.
-Indeleble. No creo que María esté para esos trotes, pero tú eres mujer, así que...
Y él ni siquiera sabe que es machista.
-Estrada. No le des ideas perversas a un desesperado...
-Yaiza. Aunque sólo sea Antonio, tu intención es un honor para mí. ¡Adelante!
-Elizabeth. Pasaré lista la próxima vez, así que no faltes.
-Aida. Yo esperaré a que te pongas al día, en este caso no puedo hacer otra cosa sino esperar.
-Bordecanto. Huir es de cobardes, esperar es de cobardes o de sabios.
De ternura indecible me parece a mí esta espera, de exquisitas ganas de ver y ser visto, de anhelos proyectados al cielo tormentoso, en la voluntad de unir esos truenos con la emoción madrugadora y en ayunas. Me gustaría tomarme un café con Él y su espera, para compartir éste su excepcional momento y los ojos de María, vacilantes aún ante el agasajo alimenticio.
ResponderEliminarAbrazos de café recién hecho al lado de la historia triste que más tristeza se me lleva...